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Pongámonos por unos momentos en los zapatos de un estudio fílmico estadounidense haciendo una película situada en México, que aborda una de las tradiciones mexicanas más queridas por nuestro pueblo y que además busca conservar su magnífico historial de narrativas concisas, profundamente emotivas y que, por si fuera poco, terminan por vender mercancía diversa.

Ahora estimemos el grado de dificultad de esa encomienda en los Estados Unidos de la Era Trump: ¿Cómo se puede hacer justicia a todo un país que vive con un oído atento a lo que un xenófobo presidente tiene que decir sobre nuestra población y costumbres? ¿Cómo se evitan los reclamos de las huestes de la corrección política enarbolando argumentos de “apropiación cultural” o “culpabilidad por complicidad”? ¿Cómo se evita el ángulo político en tiempos tan delicados?

Que no se diga que a la gente de Pixar no le gustan los retos. Está claro que una película como ‘Coco’ (d. Lee Unkrich y Adrián Molina) no va a destronar a ‘Cars’ vendiendo juguetes, ni borrará de nuestras mentes los lacrimosos momentos finales de ‘Toy Story 3’. Pero es un hecho que lograron una auténtica hazaña en la realización de un filme que lleva un mensaje sencillo por derroteros que invitan a la reflexión profunda, que hace plena justicia al México que le inspiró y que nos hace salir de la sala un poquito más orgullosos de ser como somos.

Miguel (voz de Anthony Gonzalez) es un chico con un sueño firmemente arraigado en lo más profundo de su alma: el de ser cantante, como su desaparecido ídolo Ernesto de la Cruz (Benjamin Bratt). El problema para este pequeño melómano es que su familia observa un rígido veto hacia la música por razones que se explican con plena lógica en el arranque de la historia, pero que constituyen un reto por conquistar para nuestro protagonista, quien está empeñado en labrar un futuro con guitarra a cuestas en vez de seguir en el negocio familiar de la manufactura y venta de zapatos.

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Tras unas entretenidas escenas que nos muestran el entorno familiar y social de Miguel, nos adentramos en las festividades del Día de Muertos y la trama da un vuelco lógico hacia lo sobrenatural. El musical niño se ve inmerso en una colorida y onírica tierra donde las almas de los difuntos llevan a cabo su día a día con plena naturalidad, a sabiendas de que sus existencias supraterrenales están íntimamente ligadas al recuerdo que de ellos tienen sus seres queridos. El guión de Molina y Matthew Aldritch aprovecha todas las oportunidades para mostrarse didáctico en medio de la diversión y del progreso narrativo, con la curiosidad propia de toda una nación buscando entender las costumbres de un país vecino. Es de aplaudirse.

Miguel se topa con un alma errante en la figura de Héctor (Gael García Bernal), un fantasma que entabla una rápida y conveniente amistad con nuestro héroe, fungiendo a la vez como “guía turístico” de un Mictlán sui generis donde sobra más de un muerto dispuesto a pasarse de vivo. La promesa de reunir a Miguel con su ídolo musical se convierte en la plataforma de despegue para múltiples cuestionamientos, giros en la trama y anécdotas sobre seres vivientes en curiosa armonía con otros que dejaron de serlo.

El despliegue de personajes, lugares y estratos dentro de este inframundo funge como una serie de parábolas y metáforas que explican con pasmosa claridad la idiosincrasia del mexicano promedio, con sus matices contradictorios y geniales sutilezas que, a fin de cuentas, le aportan una identidad única y la confirmación que sólo un pueblo así de complejo podría gestar una tradición tan particular como el Día de Muertos.

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En materia de ritmo, ‘Coco’ logra un ascenso sostenido que se corona con plena justicia en un tercer acto por demás satisfactorio, capaz de tocar fibras sensibles sin que nos sintamos manipulados como audiencia. Los terrenos de esta producción caminan sobre los pasos que dieron Guillermo del Toro y Jorge Gutiérrez en ‘El libro de la vida’ (2014), pero aportándole un mensaje mucho más ambicioso y un ambiente que no escatima en colores, tan sólo busca hacerlos resonar en nuestra memoria visual.

Una película cuya historia tiene tanto que deberle a la música debería acertar también en este aspecto, y es justo decir que el trabajo logrado por Michael Giacchino no nos queda a deber nada. Quizá esta sea la película más musical de Disney Pixar, pero sus números no son intrusivos ni interrumpen el flujo de la trama.

¿Se puede decir algo malo de ‘Coco’? Sólo podría mostrar un cauteloso pesimismo en lo que a su impacto en taquilla global se refiere, pero eso sería mercantilizar un esfuerzo muy admirable por parte de la producción para contarnos una historia que hace reverencia a nuestra cultura y tradiciones, que manifiesta un cariño palpable por el material base y que se toma en serio la decodificación de nuestro repertorio folclórico.

No, este filme no va a romper récords de audiencia ni va a lograr que todos los niños vayan a clase con loncheras adornadas por la figura de Dante, el xolo mascota del protagonista. ¿Y saben qué? No importa. Se puede sacrificar mucho de lo mercantil en aras del entendimiento entre países. Me quedo con esa enseñanza, y me dispongo a recorrer ese camino de pétalos de cenpasúchil en busca de mi propio sueño.

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