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Los tiempos en los que los musicales de Hollywood dominaban taquilla, arrasaban con premios de la industria y competían entre sí por la atención del público pasaron hace mucho. De acuerdo, de vez en cuando un ‘Chicago’, un ‘Showgirls’ o un ‘La La Land’ llegan a recordarle a la audiencia sobre el potencial narrativo y emotivo del género, pero para fines prácticos al musical se le presentan dos caminos claros para destacar: o apunta a ser una obra de arte con una historia cautivadora y personajes imborrables, o mejor opta por ser un espectáculo estruendoso, con un impacto visual desbordado y la posibilidad de mover millones extra en descargas de su banda sonora.

¿Adivina qué ruta eligió ‘El Gran Showman’ (‘The Greatest Showman, d. Michael Gracey)? Acertaste: esta película semi biográfica (énfasis en el “semi”) nos cuenta la historia de P.T. Barnum, el pionero del entretenimiento que revolucionó la forma de ver espectáculos en vivo y básicamente inventó el mundo circense tal y como lo conocemos. O lo conocíamos, antes de que los protectores de animales y los postmodernos del Cirque Du Soleil decidieran replantear su fórmula.

Barnum es magistralmente interpretado por Hugh Jackman, quien se adueña de la pantalla y destaca en cada número musical con la exuberancia y la pasión por el material a mano con toda la sutileza de una ardilla alimentada con crack y bebidas energéticas. El número de apertura lo muestra resplandeciente en una levita roja llena de botonadura dorada, con un magnífico sombrero de copa y la fluidez de un director orquestal mostrándonos la grandeza de su espectáculo en vivo. Si te animas a ver la película más te vale hacerlo en una sala con pantalla enorme y con sonido calibrado para descarrilar trenes con la mera vibración del subwoofer, pues las canciones realmente están mezcladas al tope de la tecnología de estudio.

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¡Ah, pero ese exitoso Barnum del principio no siempre fue así! Pronto saltamos al origen (someramente contado) del personaje, su fascinación por la elegante chica de sociedad que termina por desposar (Michelle Williams) y la transmutación que hace de mero “godínez de época” arrastrando lápiz detrás de un escritorio hasta conseguir dinero para uno de sus primeros shows: la exhibición de fenómenos en una carpa.

La historia real de P.T. Barnum está llena de momentos que cuestionan la naturaleza gentil, noble y desenfadada que aquí vemos en pantalla, pero es obvio que los guionistas Jenny Bicks y Bill Condon prefirieron mostrarnos a un auténtico héroe de buenos sentimientos, con un simple pecadillo de carácter que le pone algo de sabor al segundo y tercer acto. Todo sea por no interrumpir el admirable flujo de melodías cortesía de Benj Pasek y Justin Paul (ganadores del Oscar por la mencionada ‘La La Land’).

La modernización narrativa no concluye aquí: hay una historia naciente de amor interracial entre una trapecista de raza negra (Zendaya) y el joven productor que se une a Barnum en su cruzada por lograr el éxito (Zac Efron). Todo este cortejo es un derroche de coreografía, color y encuadres caprichosos, erigido como una plataforma de lanzamiento para que los jóvenes co-protagónicos toquen alturas aún más elevadas en el “star system” de Hollywood. La contemporánea trama de inclusión se redondea con el acto de mostrar a los fenómenos circenses contratados por Barnum (ya saben: mujer barbuda, un gigante no tan gigante, un tragafuegos y otros peculiares seres atípicos) como representaciones de nuestra sociedad moderna y todas sus militancias en busca de ser aceptadas por el mundo “normal”.

¿Descarado? Un poco, sí. Este recurso es sintomático del principal problema de la película: no sabe qué clase de película quiere ser cuando no está cumpliendo con su papel de “musical”. El drama de una refinada cantante operística que representa una tentación (tanto física como artística) para Barnum, una especie de legitimidad frente a su futuro como mercachifle escandaloso y vendedor de rarezas, cae con la pesadez de un viejo telón de terciopelo sobre la duela. El “malo” de la película es un crítico teatral (¡qué sorpresa!), como diciéndonos que si la película no agrada la culpa es de quien señala sus faltas. En fin, no es gran cosa como historia, siendo totalmente honestos.

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Pero… ¿divertida? Sí, lo es. Hugh Jackman es uno de los artistas más completos de nuestra era: lo mismo te emociona descabezando enemigos con sus garras de Wolverine que te mueve hasta las lágrimas como un dolido Jean Valjean en ‘Los Miserables’, así que sabes a qué atenerte cuando te quiere convencer de que el entretenimiento, el espectáculo, el “show” en toda la extensión de la palabra, es lo único que nos lleva a vivir una experiencia comunal trascendente. Michelle Williams está un poco desperdiciada, al igual que los fenómenos de la “troupe” (son tratados básicamente como una homogeneidad de rarillos). Pero Efron y Zendaya lucen fenomenales, las canciones te hacen llevar el ritmo durante la hora con cuarenta y cinco minutos que dura el filme. Hay formas mucho peores de entretenerse que con ‘El Gran Showman’, pero una advertencia: si el cine sacarinoso y cursi no es lo tuyo, quizá te vaya mejor viendo a Robert Pattinson corriendo por su vida en ‘Good Time: Viviendo al Límite’. ¡Ahí nadie canta, amarguras!

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