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Chivero de a de veras.

—¿Y eso, por qué le pasó abuela? –pregunté imaginándome cada una de las palabras del relato de la abuela-

—Fácil mijo –me contestó- porque se le fue el amor.

—¿Se le fue el amor?, y eso… ¿Por qué duele tanto abuela?

—Uy mijo, eso me lo he preguntado tantas veces, ¿por qué sufrir por el adiós de una persona, habiendo tantas?, pero pos de que duele, pos duele.

Él era un simple cuidador de cabras, pero eso sí, no era un arreador cualquiera, Alejandro era un chivero de a de veras, lo había aprendido de su abuelo quien un día le dijo:

“Hay dos clases de chiveros, los buenos y los malos, los malos van detrás del rebaño haciéndose güeyes, tragándose el polvo del rebaño y el olor de la cagarruta del animal, el buen chivero es el que va adelante, pero todas las chivas lo siguen sin que se le pierda una”

Alejandro tenía 15 años cuando su abuelo murió, y en el rancho de Don Antonio no sabían a quién poner de encargado de todos los animales.

—Oiga Don Antonio, ¿y por qué no deja al muchacho como encargado? –cuestionó el veterinario-

—¿A cuál muchacho? –preguntó extrañado Don Antonio-

—Pos a este, al nieto de Don Antonio desde los seis o siete años lo acompaña y si viera como sabe de animales, como los cuida, ya les sabe sus mañas a cada uno, no sé, pero creo puede ser de mucha ayuda.

—¿Usted cree que pueda doctor? –dijo Don Antonio-

—Claro, además donde se le atore, pos yo lo ayudo, pero como le digo, en cuestiones de manejo, se las sabe de todas, todas.

Don Antonio volteó a ver al joven que temblaba de nervios, estaba pálido, se moría de miedo.

—¿Cómo te llamas muchacho? –preguntó seco Don Antonio-

—Alejandro, me llamo Alejandro Señor –contestó tragando saliva-

—¿Es cierto lo que dice acá el doctor? –cuestionó-

Alejandro movió la cabeza afirmativamente y no pudo articular palabra alguna.

—Bueno, que no se diga más, comienzas desde este momento, pero primero ve con el contador y dile que te dejé con el puesto de tu abuelo, con todo igualito, que no le mueva a nada, que si tiene alguna duda que me busque, anda, vete de una vez.

—Sí señor, como usted ordene –alcanzó a articular Alejandro al tiempo que salía volado para ver al contador-

—No sé ni por qué le hice caso Doctor, pero lo hecho, hecho está –exclamó Don Antonio-

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—Claro que sabe Don Antonio, por que vio lo mismo que yo en los ojos de ese muchacho, ya verá, que no le va a quedar mal.

—Eso espero doctor, eso espero –dijo Don Antonio alejándose de los corrales-

El Chivero del amor

Con el tiempo Alejandro subió como la espuma en su trabajo, Don Antonio le tomó mucho aprecio, lo veía como a un hijo y la gente lo sabía.

—¿Y para cuando la boda? –le preguntó el Veterinario a Alejandro-

—Pronto señor, pronto –contestó-

—¿Y qué te dijo Don Antonio?

—Que me tomara una semana para la luna de miel y que me iba a prestar la camioneta nueva para irme a pasear.

—Nombre muchacho –dijo el veterinario- se ve que te tiene en estima el patrón, pero como no, si te lo has ganado a pulso.

—Gracias –contestó el tímido Alejandro-

—¿Y cuando llega la afortunada dama?

—No señor, el afortunado soy yo –dijo Alejandro orgulloso- mi prometida llega el Viernes entrante para ver lo del vestido y la iglesia.

Linda vivía en el rancho, pero se había ido a Monterrey a cuidar a los hijos de una de sus hermanas que precisamente estaba a punto de dar a luz otro hijo, y de lo que originalmente iban a ser tres días, se volvieron ocho largas semanas de estancia en casa de su hermana.

Chivo brincado…

Alejandro le pidió la camioneta prestada a su patrón para ir a recoger a Linda, también le pidió permiso  para faltar un rato en la mañana y llevarla a desayunar después de recogerla a la parada de autobuses de los Monterrey-Saltillo.

El camión tenía previsto llegar a las 9:30, pero finalmente llegó a las 10:15 de la mañana, Alejandro sentía que el corazón se le quería salir del pecho cuando lo vio arribar.

El autobús se estacionó, y la gente comenzó a bajar, los ojos de Alejandro se movían frenéticamente de un lado a otro buscando entre los pasajeros y gente que estaba dándoles la bienvenida, pasaron los minutos y Linda no aparecía, seguro sería de las últimas en bajar, siempre había sido muy lenta para eso de moverse entre la gente.

La multitud se comenzó a dispersar, lo mismo le pasó a la sonrisa de Alejandro, Linda no aparecía, presuroso subió al camión y al subir recorrió con la vista todos los asientos, luego no conforme corrió por el pasillo de ida y vuelta, pero fue inútil.

¿Sería el autobús correcto? ¿Me pude haber equivocado de hora, o quizá de día? Se preguntaba a si mismo Alejandro con esas zancadillas que mete a veces el pensamiento.

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Sacó de la bolsa de la camisa el papel donde había anotado los datos, de la fecha, hora y numero de autobús, no, no estaba equivocado.

¿Y si Linda perdió la salida del camión? ¡Claro, no podía ser otra cosa!, era tan distraída y siempre andaba llegando tarde a todas parte, que seguro eso le sucedió.

Alejandro no esperó a llegar a la casa y se fue a una caseta pública para hablar por teléfono a la casa de la hermana de Linda.

—¿Bueno? ¿Linda?, soy yo, Alejandro, ¿se te pasó el autobús? Aquí estoy esperándote en…

Del otro lado de la línea contestó la hermana de Linda, y el rostro de Alejandro se desencajó, sus manos comenzaron a sudar frío, y sintió como de repente el frío le recorría todo el cuerpo al mismo tiempo que un hueco grande se le hacía en el estómago…luego, colgó.

—¿Por qué abuela? ¿Qué le dijo la hermana? –pregunté desesperado a la Abuela Licha-

—Ay mijo, pos nada, que la tal Linda no tuvo el valor para contestarle al buen Alejandro, y menos lo tuvo para venir a decírselo a la cara.

—¿Decirle que abuela? ¿Qué no pudo decirle a la cara?

—Linda durante el tiempo que estuvo en monterrey, conoció a un hermano del esposo de su hermana, y ya se habían hecho novios y pensaban casarse en poco tiempo… Linda estaba embarazada.

—Pobre de Alejandro abuela ¿verdad Abuela? –le dije-

—Y pobre de ella mijo, que al final de cuentas le tocó un tipo borracho y golpeador, que a primeras de cambio la mandó al hospital después de una borrachera

—¿Encontró el amor equivocado abuela?

—Mire mijo muchas veces la gente no anda con la persona que debería andar, con la que uno pensaría que se merece, pero es lo que necesita la persona en ese momento, y eso hay que respetarlo, y está bien, si lo malo no es  encontrar al amor equivocado, lo malo es quedarse aferrada con él.

—¿Y qué pasó con Alejandro Abuela?

—“Un día le dieron ganas de nada, ya no quiso comer, ni beber, simplemente se le fueron mermando las ganas, se encerró en su casa y dejo de ir al monte que tanto quería, de ver la salida del sol entre los cerros, de sentir el rocío de las mañanas de otoño.”

 

¡ Hasta la próxima semana ¡

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