Star Wars: Los últimos serán los primeros

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A veces referirnos a una saga cinematográfica como una “franquicia” simplemente no basta. La magnitud del producto puede rebasar tan ampliamente este calificativo que nos pone a pensar cómo debe de juzgársele: ¿es una película? ¿Es una extensión de marca? ¿Es una licencia para producir mercancía? ¿Es un acontecimiento cíclico multimediático, destinado a repetirse anualmente bajo una misma fórmula y en diversas plataformas? ¿Es un fenómeno de la cultura pop? ¿Es todo lo anterior, y mucho más?

En el caso de ‘Star Wars: Episodio VIII – Los últimos Jedi’ (‘Star Wars: Episode VIII – The Last Jedi’, d. Rian Johnson) es obvio que tenemos que concretarnos a evaluar la película, y nada más. ¿Pero es evaluable siquiera desde el mero punto de vista artístico? Me parece que la época en que esta saga competía en las categorías “grandes” de premios como los Oscar (sí, me estoy remitiendo a los años de la trilogía original) han quedado muy atrás, y que los estudios mismos saben que juegan en un terreno donde tienen que satisfacer única y exclusivamente a los aficionados del género. ¿Hacen mal, considerando la magnitud del producto que tienen entre manos?

Mientras estas reflexiones llegaban a mi cabeza procuré evaluar objetivamente a la película en cuestión, que comienza con el anuncio nada sorpresivo de que la galaxia está en guerra, que el Primer Orden (los malos) tienen copados a los Rebeldes (los buenos), con todo y que estos últimos les pusieron una buena zarandeada al final del Episodio VII. La flota rebelde intenta escapar de una colosal fuerza de naves espaciales enemigas, comandadas por el General Hux (Domhnall Gleeson) y por el volátil Kylo Ren (Adam Driver). Del lado de los buenos la Almirante Leia Organa (Carrie Fisher) procura mantener una semblanza de orden en medio del caos de la evacuación, a sabiendas de que la existencia misma de la rebelión está en juego.

Mientras la flota rebelde está en proceso de escapar, vemos también el ansiado encuentro entre Rey (Daisy Ridley) y Luke Skywalker (Mark Hamill). Ella es la joven aprendiz que quiere descubrir quienes eran sus padres y a qué se debe su inusual familiaridad con la Fuerza, esa peculiar energía que trae balance al universo y que constituye el pilar sobre el que se erigen las creencias de los Jedi. Él es el legendario guerrero y Maestro Jedi que decidió auto exiliarse una vez que su sobrino y pupilo Kylo Ren se volviera en contra de los preceptos del bien y decidiera caer en las garras de los Sith y el Lado Oscuro, encabezado hoy día por el cruel Líder Supremo Snoke (Andy Serkis).

Rey descubre que Luke se muestra por demás renuente a tomar parte en este conflicto, y ella misma comienza a cultivar dudas sobre su propia misión cuando entra en una especie de comunicación telepática con el mentado Kylo, quien a su vez se encuentra encarando severas dudas por parte de su nuevo mentor Snoke como del resto del Primer Orden, quienes le vieron caer vencido ante la novata Rey en los sucesos al final del Episodio VII. ¿Qué tanto revela Luke de lo que movió a Ren hacia la oscuridad? ¿Qué fuerzas extrañas se encuentran dormidas en ese inhóspito y lejano mundo, oculto ante el resto del universo?

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A las tramas antes mencionadas se suman la de Poe Dameron (Oscar Isaacs) intrépido piloto de la rebelión que es un amo al mando de una nave de combate, pero a la vez no sopesa del todo sus actos audaces y tiende a poner en peligro a quienes le rodean. También seguimos los pasos de Finn (John Boyega), ex soldado imperial que quedó comatoso al final de la película previa que ahora encara la… oh, olvídalo. En realidad sólo importa saber que esta trama argumental se suma a una narrativa llena de vertientes, mismas que no terminan de llegar a su destino.

Este punto es donde la película desmerece en materia artística: su guión es un caos. El primer acto logra sentar unas bases interesantes, donde el principal motor dramático depende del escape de la flotilla rebelde. Tampoco es que su lógica sea del todo magistral (de hecho la situación completa guarda una pasmosa similitud con un capítulo de la aclamada serie de ciencia ficción ‘Battlestar Galactica’), sino que su mera existencia también complica enormemente los acontecimientos durante un segundo acto excesivamente largo y reiterativo.

La explicación ante una historia tratada con tanta inconsistencia es que ‘Episodio VIII’ constituye, antes que nada, un punto de partida por parte de los Estudios Disney para ir rompiendo con muchos motivos recurrentes de cuando la saga aún pertenecía a su creador, George Lucas. El realizador mostró claramente que la historia que le llevó a la fama escapaba de su control y de su capacidad como narrador de historias (algo que se mostró claramente en las mediocres precuelas de los episodios I al III). Hoy día, el gigante del entretenimiento a quien pertenece el sello de Star Wars parece estar mostrándonos simplemente una nueva ruta a seguir, donde podríamos estar presenciando los puntos de partida de múltiples películas a futuro, con sus propios personajes originales y sus vertientes narrativas vagamente ligadas entre sí.

Sólo así podemos explicar la presencia de una desperdiciadísima Maz Kanata (Lupita Nyong’o) en una intervención que más parece un “cameo” obligado para recordarnos de que, en efecto, existe y es necesaria su presencia con miras al futuro. O la aparición sorpresiva de un personaje vital para la saga que regresa para orientar a Luke en sus momentos de duda ante el porvenir. O en la inclusión de un casino intergaláctico que podría ser escenario de nuevas aventuras con personajes de reciente manufactura. El problema es que esta película resuelve muy pocas incógnitas planteadas en el filme que la antecede, y más bien nos deja con muchas más dudas en mente.

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Todo esto tiende a olvidarse gracias a un tercer acto que, en toda justicia, constituye una muestra clara de lo inmensamente efectiva que puede ser la saga de Star Wars cuando confluyen todos los elementos que la han hecho imprescindible como fenómeno de la cultura pop. Los últimos 35 minutos de esta entrega tienen combates esperadísimos entre personajes nuevos y viejos, monumentales escenas de batalla, tensión al por mayor, memorables frases a cargo de personajes menores y momentos de ligereza cortesía de otros personajes legendarios. No exagero al decir que la emotividad que le imprimen la difunta Carrie Fisher y el revitalizado Mark Hamill a esta película nos pueden cimbrar tanto como los familiares acordes de la música de John Williams en los créditos de apertura: los clásicos siguen teniendo nuestra predilección, sin lugar a dudas.

¿Pero entonces dónde ubicamos a ‘Los últimos Jedi’ dentro de la jerarquía de estas películas? ¿Está a la altura de la trilogía original? ¿Es superior a la exitosa –pero cuestionada– trama del ‘Episodio VII’? ¿Cómo se compara con ‘Rogue One’ y su visión narrativa más compacta? Siendo honestos, nada de ello importa mucho: los pecados fílmicos que cometa esta película serán perdonados por la mayoría de los fans, y no hay que ser un genio para entender el por qué. Cuando eres Star Wars eres más que un filme. Eres experiencia comunal con lenguajes y códigos propios. Eres mercancía que consumimos compulsivamente. Eres tema de debate en nuestras redes sociales, donde todos toman bando a favor o en contra de tu calidad. Eres trascendente como unidad de negocios y como aporte a nuestro léxico cotidiano. Eres plataforma de lanzamiento para nuevas estrellas y revitalizador de carreras establecidas (¡Hola, Benicio del Toro!). Eres una historia que se sigue contando a sí misma con renovadas facetas, pero en el fondo conservas los viejos conceptos del bien contra el mal. Eres combates con sables de luz y eres monumentales vehículos mecanizados. Eres androides con personalidad y eres razas intergalácticas difíciles de identificar. Eres oscuridad y eres luz esperanzadora. ¿A quién puede importarle una calificación cuando eres tantas cosas?

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