El discurso del odio: Trump, Brexit, el “no” en Colombia, la marcha anti gay

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Creo que muchos estamos sorprendidos y espantados por los fenómenos observados alrededor del mundo en pleno siglo XXI. La Gran Bretaña se deslinda del resto de Europa y cierra sus fronteras, dejando a sus estudiantes en el exterior expuestos  e, igualmente, pidiendo que los estudiantes extranjeros en la Gran Bretaña terminen sus estudios y se regresen a sus propios países. Esto sólo para nombrar uno de entre muchos otros escenarios políticos, económicos y sociales que implica el Brexit.

La segunda sorpresa fue el NO en Colombia a la paz, la reunificación y la integración de las FARC como partido político al país. No se olvida, no se perdona, y se opta por la división y el resentimiento.

A mí en lo particular me dolió que en una ciudad tan de vanguardia como lo es la Ciudad de México hubiera una marcha que “defendiera” a la familia “tradicional” en detrimento de otras formas de vinculación humana y, en última instancia, en detrimento del amor.

Y bueno, todos estamos más que familiarizados con el discurso de Donald Trump, de objetalizar y rechazar a todo aquel ser humano que no sea “hombre, blanco y barbado”. Esto implica rechazar a la mujer, al mexicano, al afroamericano, al islamista, al refugiado, al gay, al discapacitado… en pocas palabras, al otro, al ajeno, al extranjero.

El discurso del odio, del rechazo, del “No”, implica un atajo psíquico que funciona a nivel de la economía energética del individuo. Es más fácil decir NO, ¡fuera!

Pero esta elección de nuestra mente no es fortuita, sino que tiene condicionantes neurológicos que, claramente, el raciocinio y el humanismo no han logrado vencer.

La principal función del aparato psíquico (léase: mente), es poder distinguir lo que está afuera como algo real y lo que está adentro de nuestra mente como algo alucinado. De esta forma el bebé aprende a succionar cuando tiene a la mano el pecho real y no el pecho que él está imaginando en su cabeza cuando tiene hambre (y que lo hace succionar estando dormido, todos lo hemos visto).

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De esta forma el bebé poco a poco logra hacer un JUICIO cuando aparece de nuevo el pecho de su madre y para ello debe hacer un “rodeo de pensamiento”, pues el pecho -aunque sea el mismo- nunca se presentará de idéntica forma a la vez anterior.

¿Será o no será el pecho que me dispensará alimento?

Después de una breve “dilucidación crítica” el bebé decide que sí es y se aproxima a succionar. Y así pasará a lo largo de todo su desarrollo y crecimiento, pues es importante para la supervivencia de todo ser humano distinguir entre el mundo real y el mundo fantaseado, imaginado y/o alucinado.

Lo mismo sucede con los objetos negativos. Basta con que el infante meta el dedo al fuego una vez para que aprenda a ya no hacerlo. Se forma un pre-juicio, que ayuda a ahorrar tiempo ante un objeto peligroso. Por eso si se mete un oso a mi jardín no tengo que ir a “explorarlo”. Ya poseo un prejuicio ante el oso y puedo ir a esconderme de él.

Claro que hay prejuicios infundados. El afroamericano es criminal, el islamista es extremista, la mujer es interesada, el judío sólo piensa en dinero y sigue la mata dando.

El aparato psíquico siempre quiere tener un ahorro energético y para ello utiliza atajos, pre-juicios… eso nos es inmanente. Imagínense el gasto psíquico que implica “perdonar” a la persona que secuestró a tu padre; pensar y empatizar con su motivación política, con su búsqueda de justicia, con su subjetividad… Es más fácil el NO, es más fácil el rechazo. Reconocer al otro como “otro” implica un serio trabajo mental que involucra esfuerzo, e inteligencia (emocional también).

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Dice Sigmund Freud (en Pulsión y destinos de pulsión, 1915) que el odio antecede al amor en nuestra relación con el mundo. De bebés, al irnos definiendo, debemos “rechazar” (odiar) todo lo que no somos nosotros (todo lo que no es “yo”). El Yo debe recortarse de su entorno. No es poca cosa pensar en un aparato psíquico que se inicializa (término utilizado en computación) a partir del odio, del rechazo al “no-yo”. Así se da un esbozo inicial del “yo” o “sí – yo” del infante. En esta modalidad de lo binario nos iremos “formateando” los seres humanos.

No obstante, impera la necesidad del pensamiento y de la subjetivación y de reconocer lo otro, lo ajeno…

Decía Jean François Lyotard que el humanismo puede ser visto como uno de esos fenómenos, como la maternidad y la paz mundial, frente a los cuales nadie podría presentar objeciones sustanciales de ningún tipo, y que sin embargo ha sido sobrepasado por los fenómenos capitalistas y posmoderrnos que tienden a la deshumanización, al desconocimiento del otro y de su otredad.  Más allá, Lyotard plantea una pregunta inquietante “¿qué ocurriría si lo “propio” de la especie humana consistiera en que lo inhumano le es inherente?”

Para pensar…

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