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Llevo un buen rato intentando establecer un término para aquellas películas que muestran un aspecto recurrente en su ADN y que, por ende, comienzan a verse esclavizadas por su inclusión obligada en una franquicia. En la saga de ‘Jurassic Park’ sabemos que es un hecho que los humanos visitarán un parque lleno de dinosaurios, mismos que terminarán atacando a la gente cuando todo salga mal. En los filmes de ‘Star Wars’ estamos condicionados a esperar la presencia, viva o muerta, de la figura amenazadora de Darth Vader. Y pensar en ‘Rápido y Furioso’ sin un Vin Diesel hablando de la importancia de los valores familiares mientras le rompe la clavícula a alguien con una llave inglesa se antoja cada vez más improbable.

Llamémosle a este fenómeno el “mandato imperativo” (en lo que encuentro algo más sexy, claro), y pensemos en ‘Alien: Covenant’ (d. Ridley Scott) como un filme donde ya sabemos qué esperar: un grupo de humanos a bordo de una nave espacial llega a un planeta distante, y se topa con una criatura alienígena resistente como las cucarachas y más violenta que un alacrán rabioso, misma que procederá a despachar a los infelices que osen cruzarse en su camino. Esta es, con algunas sutiles variaciones, la tónica prevaleciente en todas las películas de Alien.

Sin embargo, encasillar la más reciente entrega en este molde sería un poco injusto. De acuerdo, la fórmula sigue ahí, pues la historia nos muestra a la tripulación de la nave colonizadora ‘Covenant’ congelada criogénicamente en un trayecto que durará más de 7 años hacia un planeta donde presuntamente podría establecerse un habitat para los seres humanos. Este colosal navío interestelar lleva, además de los tripulantes previamente mencionados, un preciado cargamento de colonizadores frescos y docenas de embriones destinados a hacer crecer la población una vez que se establezcan en su nuevo destino. La única actividad perceptible a bordo es la del incansable humanoide Walter (Michael Fassbender), que presta mantenimiento a los múltiples sistemas y vela el frío sueño de los hombres y mujeres en sus cápsulas de animación suspendida.

Por supuesto, algo sale mal: una tormenta de iones provoca diversas fallas en los sistemas de la ‘Covenant’, hay un incendio, varios colonos congelados mueren dentro de sus cápsulas al igual que el capitán de la misión (James Franco). El resto de los tripulantes evalúa los daños y anticipamos que la moral del equipo está por los suelos. El pragmático Oram (Billy Crudup) asume el rol de líder, pero comienza a chocar con la atribulada Daniels (Katherine Waterston), quien fuera pareja sentimental del fallecido capitán y de pronto se halla como contrapeso en las decisiones importantes del grupo.

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¡Ah, una pequeña esperanza! Cuando las cosas se normalizan los tripulantes descubren una señal de origen humano proveniente de un planeta situado a unas cuantas semanas de distancia. Este lugar parece reunir todas las características de un mundo habitable para la raza humana, así que es hora de tomar una decisión sensata: regresar a las cápsulas de criogenia otros siete años en lo que llegan al destino original (con todos los riesgos e incertidumbre que ello implica) o cambiar de curso para estudiar esta misteriosa señal y la posibilidad de montar la colonia en este nuevo destino potencial.

Otro “mandato imperativo” de la saga se cumple cabalmente cuando los humanos toman la peor decisión posible que termina por ponerles en contacto con los “aliens” hostiles, pero aquí es donde la trama toma otro derrotero que también era obligación: la convergencia de esta historia con la que el director Ridley Scott nos contó en ‘Prometheus’ (2012), esa anticipada precuela de la franquicia que llegó a las salas con más agujeros en la trama que un colador, lo que la designó como una de las decepciones fílmicas más grandes desde el Episodio I de ‘Star Wars’. En efecto, esta película es secuela de ‘Prometheus’. Así es, ver el filme anterior, con todas sus inconsistencias, te aportará un contexto más claro al ver ‘Alien: Covenant’. Y sí, la mera existencia de esta “segunda precuela” ayuda a entender mucho mejor qué es lo que el talento innegable de Ridley Scott no halló la forma de tratar en la película que le antecede. Esos son buenas noticias, se los juro.

La misión se topará con nuevos obstáculos y misterios en este enigmático mundo, pero lo más importante aquí es la transición del clásico filme de la saga a un ángulo interesante: la interpretación de sus historias como parte del mito de superhombres jugando a ser dioses. Esta variación está contenida en la primera escena, previa a los créditos de apertura, en la que el mítico magnate Weyland (Guy Pearce) interroga al androide interpretado por Fassbender, en una clara dinámica entre creador y creación que resulta sumamente benéfica para conferir un grado más de seriedad a la franquicia. Seriedad que, dicho sea de paso, me parece bienvenida a estas alturas del partido.

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Evaluar a ‘Alien: Covenant’ resulta un poco complicado. Las cosas que hace bien las hace muy bien, y sus deficiencias no son tan graves como para hacernos renegar de esta saga y sus momentos cuestionables. El resto del reparto cumple con las expectativas, gracias a un desempeño sólido de Danny McBride y Demián Bichir como “hombres de recursos” en situaciones problemáticas. La fotografía es impactante, la música es apropiada y los momentos de tensión se manejan con pericia. Y aún no menciono la estética única que la visión de H.R. Giger prestó a la saga desde sus discretos inicios y que hoy sigue impactándonos con su terrible belleza.

¿Entonces todo bien? No, hay problemas de ritmo entre el segundo y el tercer acto, algunos personajes necesitaban más exposición y ciertas decisiones del director siguen desconcertándonos. Una de ellas es una escena que se utilizó como parte de los materiales de promoción y que hubiera servido de manera magnífica para establecer un vínculo emocional genuino con el personaje de Daniels, pero que se queda sólo como una curiosidad apreciada por un sector disminuido en las redes.

Pese a todo ‘Alien: Covenant’ me parece el tercer mejor filme de una serie que cuenta con dos aportaciones legendarias (la perfecta ‘Alien’ de 1979 y la brillante ‘Aliens’ que James Cameron hizo en en 1986), y una generosa gama de desaciertos. Está claro que ser la tercer película mejor realizada en la franquicia no es un honor absoluto, pero en este caso no implica un rotundo fracaso. Y es que esto de los “mandatos imperativos” puede esclavizar a ciertos filmes, pero no al punto de darles muerte. Para dar muerte están los xenomorfos, después de todo…

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