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El cine de superhéroes ha llegado a un punto en el que tiene que buscar elementos, más allá de lo que el protagonista mismo pueda ofrecer en materia de poderes o habilidades, si acaso espera sorprender a la audiencia. Lo anterior no es una queja, sino una simple realidad para un subgénero que ha invadido las salas de cine de unos años a la fecha (como en su momento lo hicieron las cintas de zombis, las comedias musicales o los westerns). El enigma para los estudios es este: ¿cómo generar interés e identificación con la audiencia sin pisar los mismos terrenos habituales?

Una buena respuesta a lo anterior suena simple, pero no lo es: crear identificación con el personaje. No basta saber que el héroe puede hacer cosas espectaculares que rebasan la capacidad del ser humano promedio, sino que hay que brindarle una causa válida, un compás moral que nos plantee dilemas que inviten a la reflexión, y hay que situarle en un entorno por el que valga la pena luchar. En resumidas cuentas, hay que hacer lo que ‘Black Panther’ (d. Ryan Coogler) logró con creces.

El personaje titular es el alter ego heroico de T’Challa (Chadwick Boseman), príncipe heredero al trono de Wakanda. ¿Y dónde cuernos queda Wakanda? Esta nación ficticia ocupa un lugar en el corazón de África, y en los primeros minutos se explica que en esta tierra se impactó hace miles de años un colosal meteorito formado de Vibranio, el material (también ficticio) más resistente y rico del universo. La abundancia de este peculiar elemento brindó a esta tierra una bonanza incalculable y la capacidad de crear una tecnología que supera con creces los sueños de las mentes científicas más avanzadas sobre el planeta.

Sin embargo, este país que hace ver al llamado “Primer Mundo” como un lote baldío no es conocido más allá de sus fronteras. Verán, en el hecho de ser un país privilegiado los wakandianos reconocieron desde hace siglos la necesidad de ocultar sus grandes riquezas y avances al resto del mundo, so pena de despertar codicia en sus vecinos y amenazar su estabilidad. Wakanda posa ante el mundo como una humilde tierra de agricultores tecnológicamente atrasados, aunque la verdad es que parecen un país diseñado por Elon Musk, Walt Disney y los encargados del diseño artístico del musical de ‘El Rey León’ en Broadway.

Volvamos a la trama: T’Challa está por asumir el trono tras el sensible fallecimiento de su padre durante los sucesos de ‘Captain America: Civil War’ (2016). Pese a su saber científico, los wakandianos siguen observando muchas de las tradiciones tribales que surgieron hace siglos, y el primer acto de la película se ocupa de mostrarnos estas sutilezas mediante la introducción de los personajes que rodean al joven monarca. Está su tío Zuri (Forest Whitaker), representante de las costumbres religiosas y guía espiritual de la corte. La reina Ramonda (Angela Bassett) es la señorial presencia materna que representa a su vez la gran jerarquía que tienen las mujeres en esta peculiar nación. Shuri (Letitia Wright) es la hermana del rey y la mente científica más avanzada del reino. Okoye (Danai Gurira) es general de las fuerzas armadas y la presencia más amenazadora que alguien pueda concebir cuando se le pone una lanza en las manos. Y no olvidemos a Nakia (Lupita Nyong’o), una espía de la corte con vocación de luchadora social, que además es el interés amoroso de T’Challa en sus ratos libres.

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Notarás la abundancia de roles femeninos sólidos en la película, y esto no es casualidad. Resulta lógico pensar que una sociedad tan evolucionada como la de Wakanda otorga derechos y oportunidades igualitarias tanto a hombres como a mujeres (un hecho que algunos críticos simplones tachan cómodamente de “corrección política” o “feminismo forzado”). Los guionistas también han hecho su tarea en el sentido de mostrar a todos los personajes, sean héroes o villanos, como seres pensantes con convicciones que pueden parecernos nobles o deleznables, pero jamás gratuitas o caprichosas.

Es en este punto donde debemos reconocer que una gran película de superhéroes debe contar con un gran villano para no sentirse incompleta. Es tu turno de cubrir ese requerimiento, Erik Killmonger (Michael B. Jordan): la presencia de un némesis poderoso, inteligente en su estrategia y con una convicción firme detrás de sus actos es refrescante en un género donde el 90% de los “malos” tienen un plan mal hecho y peor ejecutado para destruir el mundo, o apropiarse del mismo sin percatarse que lo llevan de todas formas a una inevitable destrucción. Killmonger es fruto de un sistema militar basado en una política exterior condenable, pero su razón de ser cultiva un clásico aire de venganza.

Ahondar demasiado en la historia sería arruinar muchos de sus momentos más acertados, así que hay que analizar otros aspectos destacados. Las secuencias de acción son ejecutadas con asertividad detrás de la cámara y un juicioso manejo de la edición, pero además son una amalgama de múltiples formas de combatir. Decir que la escena final involucra artes marciales, armas futuristas, combates tribales, la utilización de bestias como artefactos de guerra y hasta combate aéreo podría parecer una invitación al caos… pero funciona impecablemente.

La ambientación es otro deleite visual. Olvídense de cualquiera de los mundos exóticos que hayamos presenciados en entregas previas del cine de superhéroes: Wakanda es un lugar que cautiva e impresiona por igual. No se trata de una fría megalópolis, sino de una utopía que crece orgánicamente a la par de la naturaleza. Y su población, sus costumbres y hasta su normatividad obedecen a una armonía común.

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Podría culminar mis elogios a la cinta hablando de otros magníficos actores (Martin Freeman, Daniel Kaluuya, Andy Serkis) en roles de apoyo. O resaltando la exquisita producción musical que corrió a cargo de Kendrick Lamar y que fusiona la modernidad con los sonidos primigenios de África. O incluso celebrar lo articulado que resulta el mensaje político y social, sin resultar intrusivo o alienante para quienes buscan el entretenimiento más básico.

Pero no: prefiero pensar en ese elemento mágico de identificación que mencioné al principio. Verán, quizá sea difícil para muchos conectar con una película que celebra a la raza negra de manera tan abierta y predominante. Prácticamente todas las generaciones han crecido con superhéroes de pieles alabastrinas, lacias cabelleras, ojos claros en muchos casos. Apenas el año pasado una mujer (¡escándalo!) fue protagonista de una historia que cambió el paradigma para todas esas niñas que veían cintas de Marvel o DC y tenían que identificarse con la chica guapa en un rol secundario, o de plano con alguno de los fornidos hombres a cuadro.

Bueno, mi hija vive en Estados Unidos, y acude a la escuela en un distrito donde los alumnos son predominantemente de raza negra. Cada vez que conversamos intento saber un poco más de sus amistades, de los intereses de los de su edad. Hace mucho que no la escuchaba hablar con tanto entusiasmo por el orgullo que sentían muchos de sus compañeros ante el estreno inminente de ‘Black Panther’. “¿Puedes creerlo? Al fin tienen una película entera para contar SU historia”, fue el comentario de asombro de mi heredera universal.

Me cuesta trabajo creerlo, la verdad, principalmente porque tomó mucho tiempo llegar a ese punto. Lo que no me asombra es el entusiasmo, la satisfacción que surge de contar una historia que le habla particularmente a alguien al oído, que le invita a creer en sí mismo y en su potencial. Ese mítico Vibranio es una sustancia mágica, como podría parecernos mágico el simple hecho de que esta humanidad actual haya salido de África hace miles de años. Pero es un hecho de que alguna vez fuimos todos una misma tribu. No está de más que una película nos lo recuerde.

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