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¿Cuándo se debe cuestionar la visión de un autor cinematográfico? ¿Debemos hacerlo en esas ocasiones en que se quede corto ante las más grandes ambiciones? ¿O quizá cuando sepamos que pudo dar más de sí y decidió limitarse con tal de no fallar estrepitosamente? Ninguna de las dos formas de validar una película es fácil, pues la primera implica abarcar más de lo que se es capaz de cumplir y la segunda castiga el restringir la propia capacidad.

Una película como ‘Valerian y la ciudad de los mil planetas’ (‘Valerian and the City of a Thousand Planets’, d. Luc Besson) navega esas procelosas aguas sin mucha consideración a lo que se diga de ella. Ya sabemos que sus detractores la compararán con lo que el director ya probó en un filme imperfecto pero entrañable como fue ‘El Quinto Elemento’ (1997), y se enfrascarán en enfadosas disertaciones sobre los méritos de esa inspiración predecesora. Los apologistas afirmarán que esta nueva entrega se nota más madura, y perdonarán las inconsistencias en aras de alabar su estilo y su desenfado visual. Confieso que no me decido sobre cuál de los dos bandos se acerca más a un juicio objetivo.

Tras una breve secuencia de apertura que nos revela la magnitud de Alpha, una inmensa estación espacial que alberga especies de más de mil planetas diseminados por el universo (brillantemente musicalizado por un tema clásico de David Bowie), la historia nos muestra un mundo idílico y distante cuya serena existencia se ve perturbada por un terrible evento de destrucción masiva. Esa significativa escena da pie a la presentación de nuestros protagónicos: el arrogante y capaz agente Valerian (Dane DeHaan), así como la asertiva y dedicada Laurelin (Cara Delevingne). La dinámica de pareja se establece desde el primer minuto, donde él es un mujeriego cuyo aparente desdén por seguir las reglas entra en conflicto con la necesidad que ella tiene de involucrarse con alguien que la tome en serio.

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El idilio se ve interrumpido por una asignatura especial donde ambos operativos deben conducir una delicada misión para recuperar una curiosa criatura con el poder de replicar cualquier sustancia en el universo, algo que la hace única en su tipo por pertenecer a una especie extinta. En el proceso nos enteramos que esta encomienda es solo una parte de una historia más complicada, misma que involucra una creciente amenaza para Alpha y todos los organismos interplanetarios que ahí habitan. Los secretos en torno a la naturaleza de la misión se van sumando al punto de que nuestros héroes intuyen que hay algo que sus superiores, y en particular el Comandante Arun Filitt (Clive Owen), no les están compartiendo por razones bastante turbias.

La convencional historia de riesgo de destrucción masiva para el universo, con sólo una pareja de osados y atractivos protagonistas como remedio en potencia, puede parecer de lo más gastada. Lo es. Y sospecho que al director Besson debe haberle importado un bledo, pues sus últimas producciones parecen haber abandonado mucho del misterio y de los nudos argumentales en favor de festines visuales donde los efectos, el diseño escénico y el ambiente general importan mucho más que la trama. En resumen: que se vea bien, aunque no resulte muy coherente.

¿Cuál es el problema? Bueno, para empezar que ‘Valerian’ parece tomarse demasiado tiempo para contar algo que es más bien simple, como lo atestiguan sus 137 minutos de duración. Muchas escenas parecen haber sido extendidas más allá de la lógica por el simple hecho de que el realizador está enamorado de su visión artística, y por ende está dispuesto a regodearse en apreciarla desde todos los ángulos posibles.

¡Ah, pero seamos justos: la película luce fenomenal! Hasta los quisquillosos que se empeñen en comparar este filme con ‘El Quinto Elemento’ se verán obligados a admitir que cada segundo de esta producción posee un cuidado y una atención exquisita a todos los ingredientes necesarios para vendernos este ambiente de “espacio estilizado”. Todos las especies alienígenas, todos los entornos, todos los planetas, todos los combates intergalácticos están revestidos de una estética inmaculada, de una calculada perfección y de un “buen gusto” que emula clásicos del cómic Europeo e identidades gráficas de los albores de la ciencia ficción.

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El problema realmente llega en forma de la historia, que ni siquiera se preocupa mucho por lanzarnos sorpresas interesantes o de disfrazar las intenciones del “malo”. Todo parece existir como mero vehículo para incluir una escena más donde nuestros sentidos puedan deleitarse por partida múltiple. Un encuentro submarino para capturar una medusa, la visita a un mercado interdimensional que parece mezclar la realidad aumentada con una megalópolis comercial distópica, o hasta la visita a una especie de cabaret cósmico (con una espectacular Rihanna en el rol de una alienígena especializada en entretener a la clientela) sobresalen por su valor estético, aunque no necesariamente por que sean esenciales a la trama.

¿Vale la pena ver ‘Valerian y la ciudad de los mil planetas’? Todo depende de la clase de espectador que seas. Los fans acérrimos de Besson la gozarán, los puristas de la ciencia ficción dura probablemente la odiarán y el resto de los simples mortales probablemente caeremos en diversos puntos de ambos extremos. En lo personal no compré mucho la premisa de esa inquebrantable química entre DeHaan y Delevingne, pero tampoco se me hizo un distractor catastrófico. Y lo cierto es que cada vez que intentaba reflexionar sobre otro detalle que no tenía sentido… ahí llegaba otro banquete visual a cautivarme con su aproximación artesanal. Si la misión del cine sigue siendo la de transportarnos a mundos distantes y maravillosos, hay que admitir que esta obra se encarga de cubrir el requisito, con creces.

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