La Bella y la Bestia

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¿Cuál es el propósito de la animación? Repasando mis viejos apuntes escolares de clase de cine, abundan las menciones acerca de “realización de la visión de autor”, de “retratar lo que resulta infilmable por medios convencionales” y de “extender la fantasía en un espacio propio donde pueden romperse ciertas reglas”. Nada tiene mucho sentido en la era actual del cine: la línea entre la animación y la creación computarizada que ofrece el CGI ha sido transgredida en reiteradas ocasiones, y hoy parece innecesario distinguir entre los filmes animados y los de “acción real” (Live Action, para quienes entienden el mensaje de las chamarras con “Mexico is The Shit”).

Disney Studios se da licencia hoy día de reinterpretar sus propios clásicos animados en versiones “reales” con plena soltura y descaro, pero es difícil reclamarles el gesto cuando se trata de productos como ‘La Bella y la Bestia’ (‘Beauty and The Beast’, d. Bill Condon), la más reciente incursión en las arcas animadas del gigante del entretenimiento para presentar una versión “de carne y hueso” para audiencias de una nueva era.

No tiene mucho sentido ahondar en una historia “tan vieja como el tiempo”, tal cual reza la canción emblemática del filme: una inquieta joven que busca escapar de la monotonía de su pequeño pueblo francés (Emma Watson, en el rol de Bella) se convierte en cautiva de un príncipe (Dan Stevens) afectado por un hechizo que le ha transformado en una bestia de apariencia leonina. La trama consiste en los esfuerzos de Bella por “humanizar” a su captor y mostrarle al mundo que la belleza interior puede sobreponerse a cualquier dejo de maldad o intolerancia a aquello que luce diferente en la superficie. Suena cursi y cliché, pero a juzgar por las lacrimosas reacciones del público en todas las versiones del clásico, sigue siendo un mensaje efectivo.

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El mundo donde Bella y Bestia descubren su mutuo amor es un paraíso de magia y descubrimiento, donde objetos inanimados ahora poseen las personalidades de seres que alguna vez fueron humanos comunes y corrientes, pero que comparten este peculiar hechizo con el bestial patrón: vemos brevemente (en forma humana) a los soberbios actores que después darán vida a relojes, armarios, tazas de té y otros utensilios cotidianos, pero que ahora charlan y cantan con las voces de Ewan McGregor, Emma Thompson, Audra McDonald, Ian Mckellen y Stanley Tucci. Vaya, hasta los muebles de esa mansión son más sofisticados y cultos que mis propias amistades…

Los antagonistas de la historia son el apuesto aunque no precisamente heroico Gaston (Luke Evans) y su lisonjero compinche LeFou (Josh Gad), un simplón de discutida sexualidad que ha robado un poco de atención al filme por motivos que idealmente tendríamos que haber superado hace tiempo, pero que nos recuerdan que ciertos conservadurismos nada más no ceden. En fin, ambos actores proveen dosis adecuadas de comedia burlesca y de ignorante malicia que también vienen al caso en la era Trump donde el mensaje de relegar al ostracismo a quienes consideramos “diferentes” parece justificar muchas actitudes. ¿Cómo hará Disney para predecir el futuro cercano y encontrar relevancia en historias tan añejas? Misterios y más misterios.

Bueno, no realmente: esta nueva versión le sigue debiendo mucho al original animado de 1991, un filme que de alguna forma sentó bases para que las heroínas de Disney (o “Princesas”, para fines mercadotécnicos) superaran la imagen de simples “chicas en apuros”, asumiendo roles más determinantes y “empoderados” (odio la palabra, pero la idea era esa), a sabiendas de que los tiempos modernos no podían tolerar a otra tontuela que se enamora, se mete en líos y tiene que esperar el rescate a cargo de su gallardo héroe. Se agradece que esta Bella conserve (e incluso supere) los valores de independencia, comprensión y trascendencia que su predecesora logró en la elegante animación de antaño.

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La película sufre un poco en comparación a la original en materia de ritmo, eso sí. Sus dos horas superan holgadamente los 84 minutos de la versión animada, y a ratos sentimos que el director Condon se engolosinó con los interludios musicales (su fuerte), sacrificando un poco el desarrollo de algunos personajes (su debilidad). Aún así, la familiaridad que tenemos con la historia llena muchos de esos huecos, y quienes se sienten cautivados por el moderno embellecimiento del encantado palacio de la Bestia agradecerán esos minutos extra donde no paramos de maravillarnos. En verdad hay que reconocer que el diseño de producción es un triunfo total.

Y tampoco hay queja de las actuaciones. Hasta los roles menores, como el de Kevin Kline como el padre de Bella, han recibido los beneficios de una selección meticulosa en busca de actores que no sólo complementen la similitud física de los dibujos animados que les sirvieron de base, sino que superen a sus propias “caricaturas” como personajes relevantes y entrañables.

No hay mucha necesidad de recomendar una película como ‘La Bella y la Bestia’: las entradas prácticamente comenzaron a venderse desde el primer tráiler de hace varios meses, amplificado por esas melodías evocativas y esos conocidos momentos de fantasía que adquieren un significado aún más poderoso al verlos habitados por actores de la vida real. También es difícil quejarnos de “otra reimaginación más” cuando estamos ante una historia que sencillamente busca contarle la saga de estos personajes a nuevas generaciones. Hay veces que las críticas están un poco de más, y que lo justo es dejarse llevar por la riqueza visual de algo que ya conocíamos, pero que ahora sentimos más real que nunca.

 

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