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Reinterpretar parece ser un juego donde Hollywood quiere vendernos premisas con giros novedosos: “Es como ‘Romeo y Julieta’, ¡pero en los barrios pobres del Nueva York de los años 50!… Es ‘Hamlet’, ¡pero con animales de la selva africana!… Es un híbrido de Dashiell Hammett y ‘El Halcón Maltés’, ¡pero con preparatorianos!”, y así por el estilo, sonando cada vez más como ejecutivos junior presentando ideas ante sus jefes después de consumir copiosas cantidades de cocaína.

Las tres premisas antes mencionadas terminaron por ser filmes brillantes (‘Amor sin barreras’, ‘El Rey León’ y ‘Brick’, respectivamente), pero por cada acierto llega una larga serie de conceptos a medio cuajar donde el ingenio no es precisamente el aspecto a destacar. Y por eso terminamos con “remakes” francamente innecesarios como ‘¡Hombre al agua!’ (‘Overboard’, d. Rob Greenberg), la más reciente incursión de Eugenio Derbez en Hollywood.

Kate (Anna Faris) es una divorciada madre de tres hijas que se parte el lomo limpiando alfombras y repartiendo pizzas mientras termina sus estudios de enfermería. En el curso de un trabajo de limpieza a bordo de un suntuoso yate, conoce al arrogante mirrey entrado en años Leonardo Montenegro (Eugenio Derbez), hijo del tercer hombre más rico del mundo. Digamos que el encuentro confirma todos los clichés favoritos de este gastado género: el ricachón es un insoportable maleducado y la pobre empleada es un auténtico vertedero de humillaciones, que culminan con él arrojándola al agua junto con sus implementos de trabajo, sin pagarle lo que le debe.

Viendo las noticias, Kate se entera de que el pelmazo de marras apareció en un hospital local y nadie sabe quién es… ni siquiera él mismo, pues sufre de un ataque de amnesia. Ella decide darle un escarmiento al milloneta presentándose en el hospital con documentos falsos y argumentando ser su esposa, para después ponerlo a trabajar como mula. El plan es absolutamente idiota y telenovelesco, algo que se explica al revelar que Kate vive rodeada de amigos de origen hispano y que consume telenovelas latinoamericanas al parejo de ellos. En lo personal esto me provoca un poco más de vergüenza que de risa, pero prosigamos:

Leonardo no recuerda nada de su vida de despilfarro y opulencia, así que toparse con la súbita realidad de estar casado, de tener tres hijas güeritas y gringas, de vivir en condiciones más bien modestas y de tener que chambear en las arduas labores donde habitualmente encontramos a los mexicanos en EEUU no le es nada fácil de procesar. Cada día le representa una nueva oportunidad de hacer el ridículo, de divertir con su ineptitud a Kate, de caer fatigado y de tener una permanente expresión de sorpresa y dolor físico.

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¿Pero todo son lecciones y sufrimiento? Bueno, el proceso de castigo comienza a surtir efecto en Leonardo y vemos su evolución para tornarse en un resignado hombre de familia, aunque sabemos que en el fondo la amnesia tiene que ceder y que la gran revelación detrás del ardid de Kate nos traerá el inevitable momento de decidir entre ser el hombre que era antes o aprender a estimar la noble existencia de quienes trabajan para ganarse el pan. ¿Qué decidirá nuestro protagonista? ¿Volverá a sus mujeres en bikini en yates de lujo preferirá a su “esposa” gringa y a su modesta familia?

Y lo que es más: ¿a quién le importa? Honestamente esta película es tan predecible e irrelevante como fue innecesaria su reimaginación. En el filme original de 1987, los roles titulares interpretados por Goldie Hawn y Kurt Russell estaban invertidos: ella era la millonaria despótica y engreída, él era el bonachón pero vengativo carpintero. No estamos hablando que esta versión esté atentando contra una obra de arte (la peli original es medio tonta y malhechota), pero al menos tenía unos protagonistas con una química innegable. Hawn y Russell se enamoraron durante esa filmación y siguen siendo pareja en la actualidad, una improbabilidad estadística para los estándares hollywoodenses.

Perdón, Derbez y Faris: ustedes tienen menos química que una ensaladita de nopales orgánicos. La actriz suele ser al menos efectiva para efectos de comedia, pero aquí nunca luce a gusto dentro del papel ni convincente en sus interacciones de calidez hacia su coestelar. Y de Eugenio… bueno, de entrada hay que mencionar que es el mismo Eugenio que has visto siempre: haciendo caras, cayéndose “chistosamente”, gesticulando en exceso para destacar la comedia física. Y más o menos le funciona, aunque solamente en las partes donde habla en español. Cuando “actúa” en inglés suena como alguien que recita esmeradamente sus bien ensayados parlamentos, pero sin sentirlos ni hacerlos propios. A veces su voz es tan impersonal como el asistente digital que vive en tu teléfono.

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Los pocos momentos rescatables del filme llegan, curiosamente, cuando Derbez interactúa con otros actores mexicanos (Omar Chaparro, Adrián Uribe y Jesús Ochoa) como miembros de la cuadrilla de obreros donde él se integra a laborar. En esos momentos de carrilla y burla permean viñetas muy mexicanas que poseen cierta autenticidad inequívoca, y hay un par de risas bien ganadas en esos diálogos. El problema es que son pocos y llegan tarde.

El resto del reparto es más bien olvidable. Las hijas de Kate son niñitas encantadoras, pero también representan el arquetipo gastadísimo de esas criaturas en busca de un padre amoroso que además las haga reír y juegue con ellas. Eva Longoria es la gran amiga de Faris y le ayuda a urdir la trama de mentiras, pero su rol está estructurado con una argamasa de exposición y repetitividad. Repito, no esperábamos ‘Hamlet’, pero algo de “gravitas” hubiera caído muy bien.

El producto entero se siente cien por ciento… televisivo. No es de extrañar, considerando al elenco y el hecho de que el director Greenberg trae la mayor parte de su experiencia de ese medio. Pero en una era en que hay magnífica televisión, ¿tenían que conformarse los productores con apelar al humor más facilón y a las situaciones más cliché? ¿En serio TODA la innovación que se les ocurrió fue cambiar los roles de género?

Derbez tuvo alguna vez el potencial de convertir su partida hacia Hollywood en algo trascendente. Con cada película como ‘¡Hombre al agua!’ se aparta cada vez más de esa misión y se acerca más a los mediocres terrenos de un Adam Sandler, con sus productos burdos que se desgastan en cada nueva entrega, o como una especie de Tyler Perry de los hispanoamericanos, produciendo proyectos de calidad cuestionable que solamente buscan nutrirse del “dólar fácil” proveniente de un mercado minoritario que consume lo primero que le pongan enfrente.

En resumen: si te sigues riendo con las enésimas repeticiones de ‘La Familia P. Luche’ en TV abierta es probable que disfrutes esta entrega. Pero si esperas más de tus comedias, mejor sigue de largo. O tírate voluntariamente por la borda, en busca de la bendita amnesia que te haga olvidar que existen esta clase de desangeladas aportaciones a la filmografía mundial.

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