La rutina

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Martha se levanta, baja el pie derecho de la cama, luego el izquierdo, se dirige al baño, se lava los dientes, prende el calentador y camina de regreso a la habitación.

Abre el clóset y elige la ropa que se pondrá hoy. Después, tiende rápidamente la cama, va hasta la cocina, se prepara un poco de café, corta un poco de fruta, saca el pan tostado y regresa a la habitación.

Todo esto lo hace en modo automático, apenas abriendo los ojos y aún despertándose del todo. Un par de movimientos que ya tiene medidos, después de realizarlos a diario de lunes a sábado.

Se desnuda, se mete al baño, se ducha en menos de 10 minutos y se viste en 5. Regresa a la cocina, se sirve el café y desayuna ese plato de fruta y el pan con mantequilla, mientras se maquilla lo mejor que puede.

Suena la alarma de su celular, como siempre, a las 7 en punto. Como siempre, tiene medido el tiempo y termina de maquillarse un par de segundos después. Como siempre, sale del departamento, asegura la puerta con tres cerraduras y camina hasta el estacionamiento del edificio. En ese momento está saliendo el auto del vecino, algo que también tiene medido Martha porque enseguida sale ella en su automóvil.

La misma ruta, la misma hora, los mismos semáforos y los mismos minutos en rojo. Al fin, llega al trabajo, cuando aún faltan 10 minutos para las 8. No importa. ayer fueron 15, pero en esos diez minutos alcanza muy bien a llegar hasta el piso 15 y servirse otro café, como todos los días.

Toda la mañana transcurre con normalidad. Martha hace llamadas, contesta sus correos, sale a comer a las 3 en punto, regresa a las 3:45 y así hasta las 6 que sale de la oficina. Hace una hora, tal vez 50 minutos de regreso a casa, por las mismas calles de siempre. Al llegar al departamento se descalza, enciende la televisión mientras se prepara la cena y antes de las 10 ya está en cama.

Martha toma el libro que tiene sobre el buró, lee unas diez o quince páginas, ayer fueron 12, y termina por dormirse a eso de las 10:15.

Martes, 5 de la mañana, suena el despertador… Y comienza todo de nuevo, con minutos, acciones, rutas, horarios, iguales… iguales cada día, salvo el domingo, en el que Martha ya también tiene una rutina especial para cada domingo de su vida.

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¿Les parece algo conocido? ¿Cuántos tenemos una rutina que seguimos casi todos los días?

¿Te has puesto a pensar en cómo te levantas? ¿A qué hora? ¿Qué haces antes y después de bañarte? ¿Qué camino sigues para ir al trabajo? ¿A qué hora comes? ¿A qué hora sales? ¿Qué haces cuando regresas a tu casa?

¿Es lo mismo, todos los días? En ese caso, lamento decirte que aunque no te guste, lo que sigues se llama “rutina”.

Según los psicólogos, la rutina es una costumbre arraigada o un hábito adquirido por mera práctica que permite hacer las cosas sin razonarlas. Es un automatismo que podemos hacer mientras pensamos en otra cosa. Por lo tanto, de alguna manera nos impide ser conscientes del momento presente. Lo que significa que cuando menos nos damos cuenta, ya terminó el día y nosotros hicimos exactamente lo mismo que ayer, o que la semana pasada.

¿Y qué pasa cuando intentamos cambiar esas rutinas? Pues que nos cuesta mucho trabajo, porque tenemos que prestar atención a todo lo que hacemos y varios de esos automatismos son necesarios para no volvernos locos.

La posibilidad de valernos de este “modo en automático” hace que muchas personas practiquen esto en otros ámbitos de su existencia, porque es más cómodo, pero también riesgoso porque dejamos de disfrutar las cosas y nos negamos la posibilidad de conocer y experimentar otras sensaciones.

La razón es muy simple, con la rutina nos ahorramos tiempo, porque no pensamos en cada uno de nuestros movimientos y en las palabras que decimos. Pero por otro lado, ¿para qué necesitamos ahorrarnos tiempo si siempre hacemos lo mismo?

Pero vamos un poco más al punto de este cuestionamiento: ¿La rutina es realmente tan desagradable y aburrida como pensamos?

Desde que nacemos, nuestro cuerpo, de manera natural y sin utilizar la mente, realiza todas sus funciones de la misma manera y de la mejor forma, como una máquina. Sólo modifica algunas cosas cuando cambiamos la dieta, precisamente porque nos aburrimos de comer lo mismo, y entonces el mismo cuerpo nos da señales de malestar por romper ese hábito, esa rutina.

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De hecho, a nuestro cuerpo le fascina la rutina porque le permite funcionar bien. Los niños también aman estas rutinas, sobre todo los más pequeños, porque sufren cuando sus horarios de dormir o comer no se respetan, o cuando no duermen en sus casas.

Y los adultos también amamos la rutina, aunque no lo aceptemos. En vacaciones, tenemos problemas estomacales porque cambiamos el agua que bebemos, el aire que respiramos, las comidas, el clima. El cuerpo siente estos cambios y obviamente reacciona.

Los psicólogos afirman que las personas que enviudan siendo ya mayores, lo que más extrañan son las rutinas. Ni siquiera los recuerdos de lo que vivieron con esa persona es tan doloroso como el saber que las horas del desayuno, comida y cena ya no serán las mismas, o entrar a esa casa donde vivieron con su pareja y que ya no lo encontrarán como siempre.

Precisamente los especialistas dicen que no está mal tener rutinas, porque como ya dije nos ayudan a realizar las cosas con mayor facilidad. El problema es cuando absolutamente todo lo convertimos en una rutina. La diversión, los momentos de esparcimiento, las citas o reuniones imprevistas, todo eso que no está en nuestro calendario, es lo que nos ayuda a no ser máquinas.

Y yo también agregaría que incluso la manera en que realizamos todas estas tareas automatizadas es la clave de una buena salud mental y emocional. Lo que se llama actitud. Porque no es lo mismo manejar al trabajo como una máquina, que ir escuchando música, o llegar al trabajo y saludar con gusto a nuestros compañeros, platicar, preguntar cómo estuvo su fin de semana.

Créanme que nosotros decidimos qué actitud queremos tomar ante todas y cada una de nuestras acciones a lo largo del día. Y podemos hacer que esa rutina se convierta en una serie de acciones alegres y productivas, o en un tormento. Hoy estamos iniciando una semana más, un nuevo mes, así que te pregunto: ¿ya sabes cómo quieres que sea tu día, tu semana, tu mes?

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