Armando el romanticismo

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De pie, al centro del escenario, Armando contempla ese telón monumental.

No es la primera vez que espera con esa mezcla de emoción y nervios. Tampoco es la primera vez que se presenta en el Palacio de Bellas Artes. 

Sin embargo, hoy la sensación es distinta. Mientras observa con admiración los 206 tableros cubiertos con un millón de teselas de cristal, Armando sabe que la noche será única e irrepetible. 

Del otro lado, en una sala ocupada a su máxima capacidad, Lucía y Jerónimo esperan el inicio del concierto. Llevan 42 años de casados. Se conocieron en la preparatoria. Y desde entonces, no se han separado ni un solo día.

La orquesta afina sus instrumentos. Armando sonríe y asiente con la cabeza cuando el traspunte le indica que ha llegado la hora.

Lucía y Jerónimo se toman de la mano cariñosamente. A ella le gusta que haga eso. Él sabe que a ella le gusta y por eso lo hace.

La luz del escenario se apaga. Lo mismo ocurre con las luces de la sala. La orquesta guarda silencio. Armando escucha su respiración. 

“Te quiero, chaparrita. Y te quiero 42 años más a mi lado.”, le dice Jerónimo a Lucía.

Una fila de 20 cenitales iluminan el telón. El público ve cómo esas 27 toneladas se elevan a 12 metros de altura. 

Lentamente, decenas de focos se encienden. Y sobre el escenario, sentado frente a un gran piano blanco, Armando sonríe al público. Una tormenta de aplausos hace vibrar la sala.

Jerónimo contempla feliz la sonrisa de Lucía. Esa noche celebran su aniversario de bodas, pero también celebran que su amor es tan fuerte como desde la primera vez que Jerónimo le dedicó “Somos novios” a Lucía.

La voz de Armando, con ese tono inconfundible, agradece a sus seguidores que esta noche se dispongan a disfrutar de sus canciones. “Bienvenidos a un homenaje al amor”, dice Armando.

Lucía y Jerónimo se besan, en medio de la oscuridad de una sala donde más de mil personas pudieran ser testigos de su amor, pero para ellos, no es necesario que nadie más lo sepa. Ellos lo saben, ellos se lo demuestran a diario, y con es suficiente.

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Durante las casi dos horas de concierto, pareciera que Armando Manzanero canta únicamente para ellos dos. Porque le canta al amor, a la inocencia del primer amor, a los celos, a los rompimientos, a las reconciliaciones, al erotismo y a la confirmación del amor. 

Armando Manzanero es el compositor mexicano que nació para decir en verso, lo que el corazón siente cuando esa sensación de vértigo nos confirma que con esa persona especial… “aprendimos nuevas y mejores emociones, aprendimos a conocer un mundo lleno de ilusiones”.

Nombrado Embajador de la Cultura Maya para el mundo entero en 2016, Armando Manzanero habla de sus raíces prehispánicas con el orgullo de quien se sabe heredero de una de las culturas más relevantes de México.

Nació un 7 de diciembre de 1935, en la ciudad de Mérida, origen de numerosos compositores y terreno fértil para trovadores y románticos.

Ingresó a la Escuela de Bellas Artes a los ocho años de edad y compuso su primera canción en su adolescencia, cuando tenía 15 años. La canción fue “Nunca en el mundo”, de la que se han realizado más de 20 versiones.

El despegue profesional de Armando Manzanero comenzó cuando fue acompañante de grandes cantantes como Lucho Gatica, Carmela y Rafael, Pedro Vargas y José José. 

Combinando su talento de pianista y promotor, Armando Manzanero fue también productor musical en los años 60, de leyendas como “La Sonora Santanera”, Sonia López y Angélica María. Actividad que gracias a su creatividad, sensibilidad y visión, continúa hasta hoy, ya que ha producido discos para Luis Miguel, María Conchita Alonso, Presuntos Implicados y Carlos Cuevas, entre otros.

El gran compositor, que mide 1.54 centímetros sin zapatos, dice con simpatía que su estatura jamás ha sido un problema que lo acompleje. Al contrario, pues según Manzanero hasta resulta un punto de referencia, como lo expresó en una entrevista, de esta manera: 

“Me di cuenta de que en los restaurantes o en las reuniones decían: Mira, búscate a Manzanero. Mira, no te vas a equivocar. es un muchacho bajito, pero bajito. No hay pierde. Al más chaparrito que veas, ese es Manzanero”.

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Ganador de un Grammy, Armando Manzanero ha escrito más de 400 canciones, de las cuales más de 50 han alcanzado la fama internacional, como “Somos Novios” y “Esta tarde vi llover”.

¿Cuántos de nosotros no recordamos un momento romántico, un amor, una cena, con una canción de Manzanero?

¿Cuántos hemos querido cantarle “No” a ese amor que aún nos duele, pero que sabemos que ya no puede estar en nuestro corazón?

¿Quién no le ha dedicado una canción de Manzanero al amor de su vida? ¿Quién no se ha bebido una botella de tequila, mientras escucha una de sus canciones?

¿Sabían que “Somos novios” fue interpretada en inglés por Elvis Presley, Shirley Bassey y Frank Sinatra? Eso es sólo una muestra de la grandeza de nuestro querido Armando Manzanero, de uno de nuestros mexicanos que ha traspasado las barreras del idioma con el poder de su talento.

Armando Manzanero, el orgulloso compositor de 1.54 centímetros, es el hombre de gran corazón y talento que ha sabido componer y cantarle al amor. El hombre que lleva muy arraigadas sus raíces y que demuestra que los mexicanos somos un pueblo de artistas, de corazones inspirados. 

Qué bonito es conservar ese espíritu romántico. Y no sólo cuando tenemos pareja. El romanticismo es eso que nos hace sentir cosquillas en el estómago cuando vemos una película, cuando escuchamos una canción, cuando vemos que en el mundo hay muestras de cariño y no sólo guerras y malas noticias.

El romanticismo es una forma de ver la vida con la certeza de que el amor es más fuerte que la maldad, que la violencia, que el odio. Por eso México es un país de románticos, de compositores, de poetas.

Somos un México de gente buena, donde se canta al amor y se canta al orgullo de ser mexicanos. Donde nos enamoramos, y aunque a veces sufrimos, también gozamos. Un México donde cada mañana nos levantamos con las ganas de hacer las cosas bien, de comprobarle al mundo, y a nosotros mismos, que somos más los buenos.

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