Tuvo que quererlo como si fuera su hijo…y después lo amó

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Dar hasta que duela.

—Puja mija, puja más fuerte –escuchaba a la Abuela Licha decir desde adentro de la recámara – ya falta menos, ora verás, agarra aire y pújale.

Los gritos de Rosita se escuchaban hasta al corral, que hasta los animales andaban alborotados.

—No puedo Abuela, ya no puedo más, me duele mucho. –Exclamó gritando de dolor-

—¡Pos claro que te duele! deja que duela lo que tiene que doler, no le saques al dolor, que te duela, ¡pero puja!, que si no lo dejas nacer te va a doler más.

La Abuela Licha se encontraba junto con otras mujeres ayudando en la labor de parto a Rosita.

Los tiempos han cambiado, antes no se usaban los hospitales, la Abuela nos decía: “En esta cama han nacido mis hijos y ustedes mis nietos, y en esta sala hemos velado a sus abuelos”.

La casa era el sitio de aprendizaje de la vida, donde nacías, crecías, y morías, (bueno, lo más seguro es que ahí también se reproducían pero de eso jamás me enteré); creo que quizá por ese motivo, en ese tiempo la muerte y la vida se apreciaban de una manera diferente.

Los niños ya aburridos, nos fuimos a jugar al corral; los hombres estaban en la fogata mientras platicaban y tomaban aguardiente, en la cocina había algunas mujeres preparando cena y otras en la sala platicando, Doña Ninfa y su hermana como siempre rezando a las ánimas del purgatorio…creo.

No sé cuánto tiempo habrá pasado desde que iniciaron los dolores del parto de Rosita, solo recuerdo que de pronto se escucharon los gritos de las mujeres dentro de la casa: ¡Es un niño, ya nació!, los hombres gritaron y brindaron (de nuevo), que acá entre nos, a esas horas yo creo que ya ni sabían porque estaban ahí.

Minutos después, alcancé a ver a la Abuela Licha que pasaba del zaguán a la  cocina, me fui a verla y le pregunté:

—Abuela, ¿Por qué gritaba, porque le dolió tanto?

—Ay hijo de mi alma, los hijos duelen, siempre duelen –contestó mientras se secaba el sudor de la frente- ánde vaya con su abuelo y dele esta taza, dígale que le ponga un piquetito al café, que ando molida.

Más tarde, pasé por la recamara, me detuve en el marco de la puerta abierta y ya sin gente, vi a Rosita en la cama, me hizo una seña con la mano para que fuera, yo me acerqué. Ella estaba pálida sin chapas, los labios blancos, despeinada.

—¿Ya lo viste?, -me preguntó- ¿verdad que está chulo mijo?

Yo me quedé viendo a ese pedacito de carne morado, hinchado, con los ojos cerrados como de ranura de alcancía…lo veía, lo veía y no le encontraba lo bonito por ninguna parte.

—No te apures –dijo tiernamente mientras le daba un beso- se va a poner más chulo.

Ábranla que lleva bala.

—Llévenme con Benjamín –ordenó la Abuela a los hombres en la fogata- necesito hablar con él.

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—Pero amá, -dijo el tío Benigno rascándose la cabeza- yo creo que mejor mañana, no creo que sea prudente que…

—¡Que me lleves dije! –interrumpió la Abuela- ora que si nadie quiere llevarme me voy caminando hasta el pueblo –y mientras decía esto, se puso el chal y comenzó a caminar-

—Amá, amá, pérese –gritaron tirando los jarros con el aguardiente para ir a su lado- ahí vamos.

La Abuela Licha llegó con la comitiva a la cantina del pueblo, todos esperaban en las camionetas menos el tío Benigno que ya regresaba de inspeccionar el antro.

—¿Ahí está todavía? –preguntó la Abuela-

—Si amá –contestó Benigno- está con Momo, pero no quiere salir, si quiere mañana venimos por él y…

Antes de decir amén, la Abuela ya estaba camino al bar, una vez adentro, el cantinero con los ojos desorbitados rápidamente se acercó a la Abuela y le dijo:

—Oiga Doña Licha, con todo respeto, pero pues, en este lugar, usted sabe, está prohibida la entrada a niños, mujeres y hombres uniformados, digo, así lo dice el letrero de afuera.

—Mira Baldo –dijo la Abuela- como no se leer, pos ni en los letreros me fijo, además ni soy niño, ni soy policía y pa acabar pronto, orita no vengo como mujer, vengo como abogado del diablo, así que mejor te me quitas de en medio o no respondo que ya me conoces.

Baldomero simplemente se hizo a un lado, tomó su trapo y comenzó a limpiar las mesas. La Abuela se dirigió hasta el rincón donde estaban sus hijos, el tío Momo vio a su madre y ella  solo le hizo una seña para que se fuera.

El Tío Benjamín lentamente levantó el rostro, tenía los ojos hinchados de tanto llorar, la Abuela exclamó:

—Hijo de mi vida, mira cómo estás –dijo limpiándole las lágrimas- Benjamín, ya nació tu hijo –dijo la Abuela dulcemente- y tu mujer te está esperando.

—Amá –apenas contestó el tío- amá, usté sabe que no es mijo, es más no se ni por qué me vine  para acá de nuevo, si ya ni pensaba regresar.

—Porque la amas, por eso regresaste, niégamelo Benjamín, dime que no la amas.

—Amá, yo… ¡la amo más que a mi vida –dijo soltando el llanto como un niño-

– Por eso regresaste Benjamín, porque la amas, y por eso tengo miedo, tengo miedo que  sin ella ya no tengas vida, ámala Benjamín, pero ámala completa, mira que ese inocente es parte de ella, ¿cómo puedes negar que es parte de ella si lleva su sangre y lo tuvo entre su carne nueve meses? ¿Cómo negar que es parte de ella si aún ahora, en este momento le sigue dando de comer de ella misma?, no te pido que le des una oportunidad Benjamín, te pido que te la des a ti, a tu corazón. Que si te entregas como padre, y amas sin condiciones a ese pequeño; ahí Benjamín, ahí tendrás una recompensa aún mayor.

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El tío Benjamín tomó las manos de la Abuela Licha y las besó sin decir nada.

—Mira hijo, no es mucho –le dijo mientras le entregaba un rollo con billetes- anda, tómalo

—Pero amá –se negó el tío- yo no puedo…

—Es una orden, y no es un regalo, es un préstamo con condición

—¿Condición?

—Si, que te la lleves lejos, a ella con tu hijo, allá donde estabas, llévatela, mira que no puedes abandonar a lo que amas, porque estar lejos de la chimenea termina por dar frío, y  la distancia aparte de fría no es buena consejera.

A la Mañana siguiente cuando me levanté, el Tío Benjamín y Rosita su esposa ya se habían ido.

De tal palo tal astilla.

Una tarde la Abuela Licha se encontraba distraída leyendo una carta, en la mesa descansaba una fotografía de esas grandes a color, en eso estaba la Abuela cuando entró Doña Ninfa.

—¿Se puede Licha? –gritó con la voz chillona-

—¡Ay Ninfa!, -exclamó la Abuela- casi me infarta usted, llegó sin hacer ruido.

—¡Licha, pero que chulo retrato! ¿Quiénes son? -preguntó Doña Ninfa sin hacer el menor caso a la Abuela y poniendo toda la atención a la foto de la mesa- no me diga que es…

—Sí, es mijo Benjamín el que vive en el otro lado –se adelantó la Abuela- aquí está con Benjamín, mi nieto en su fiesta de graduación

—Oiga, pero si están igualitos… ¿verdad? –Preguntó con jiribilla la vecina-

—Pos claro que se han de parecer Ninfa, si es mijo y mi nieto

—Pos que guapos salieron los dos.

—“De tal palo, tal astilla Ninfa”

—¿Oiga Licha, y onde va a poner el cuadro?

—Ay Ninfa, hoy usté de plano no da una… ¿cómo que onde lo voy a poner?, ¡ pos donde debe ir ¡ en la pared de la chimenea, donde están todas las fotos de la familia… ¿onde más?

Esa misma noche la Abuela me leyó la carta sin yo pedírselo y decía:

“Abuela, te mando con mi tío Momo la foto de mi graduación, deja te presumo que saqué el primer lugar de mi generación, por eso  verás que tengo un diploma en la mano y mi papá el otro, que acá entre nos, él se lo merece más que yo; porque quiero decirte Abuela, que este maravilloso momento, se lo dedico a mi papá, a mi padre que desde que mi madre murió cuando yo tenía seis años, ha sabido ser el mejor  padre y madre a la vez, gracias Abuela, gracias por haberme dado este Papá tan maravilloso…Te ama tu nieto Benjamín”

 

¡Hasta el próximo  Sábado!

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