Que tus pies vayan a donde te diga el corazón

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Se acabó el frío.

Cada que terminaba el invierno la abuela Licha nos ponía a guardar cosas en cajas de cartón y en los viejos baúles, cosas que ya estaban limpias y listas para ser guardadas.

Todavía en febrero la abuela decía, todavía no guarden las cosas del frío, que aún falta que nos den una desconocida, y sucedía, pues si bien llegaban días de calor, de repente sin decir agua va, llegaba el frío y los suéteres y chamarras se volvían a usar.

Ya a mediados de Marzo la orden de la abuela cambiaba, “a lavar todo porque hay que guardar” –decía- así que con sus palabras iniciaba la “lavadera” de ropa de frío, las cobijas y cobertores, la casa se limpiaba de nuevo a fondo.

—Ay mamá, si ya no tengo fuerzas para seguirle, mejor mañana –decía la tía Tere.

—Ándele mamá, al cabo mañana nos levantamos temprano –suscribió la tía Inés.

—¿Entonces mañana nos levantamos temprano? –preguntó la abuela.

—¡Si amá, ándele, por favor! –exclamaron las tías.

—¿Tú como ves? –me preguntó la abuela.

—Pos como tú quieras abuela…si quieres si –contesté con la seguridad de que la abuela tenía un as bajo la manga.

—Ta bueno, si quieren que mañana nos levantemos temprano, nos levantamos.

—¿En serio mamá? –dijo la tía Tere mientras volteaba a vernos.

—En serio –contestó la abuela- pero primero vamos a terminar lo que nos falta, que ya saben que no me gusta irme a dormir con pendientes en la cabeza.

Las tías voltearon a verse decepcionadas, y yo intenté que no se viera que sonreía, pero de que sabía que tenía un as bajo la manga, lo sabía.

Garganta de oro.

Alfonsín era el hijo de Don José Vega, pero todos le decíamos “Pepín” porque a su papá de decían Don Pepe, casi nadie sabía que se llamaba Alfonsín.

Don Pepe Vega era dueño de unos camiones que iban del rancho a otros poblados cercanos, a veces Don Pepe mandaba a Pepín a checar los boletos de los autobuses que para que fuera aprendiendo el oficio, “porque la sangre tiene que seguir con el negocio”, decía orgulloso Don Pepe.

—¿Entonces qué, me van a acompañar? –nos preguntó Pepín al Pingüica, al Chanate y a mí.

—Pos yo si voy -dijo el Chanate.

—Yo También –contesté de inmediato.

—¿Vas a llevar que almorzar? –cuestionó el Pingüica a Pepín.

—Pos nada, me dijo mi apá que llegara al puesto de barbacoa de Don Chanate y que pidiera lo que quisiera, que él después pagaba.

—¿Entonces vamos a comer tacos de barbacoa? –preguntó pelando los ojos el Pingüica.

—Tu nomás pensando en comida Pingüica, Pepín va a pensar que nomás vas por la comida, híjole, ya ni la haces –contestó el Chanate- y luego agregó: ¿pero si va haber tacos de barbacoa para todos edá?

El Pepín y yo tiramos la carcajada, luego le siguieron el Chanate y el Pingüica; y entre risa y risa todos sabíamos que mañana habría tacos de barbacoa…a llenar.

A la mañana siguiente salimos en el primer camión de las seis de la mañana, ese iba casi vacío, bueno con nosotros y tres personas más, pero el de regreso de los poblados al rancho ese si venía lleno.

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—¿Y cómo a qué hora vamos a almorzar? –preguntó el Pingüica.

—Pero ¿tú no entiendes verdad Pingüica? –dijo el Chanate moviendo la cabeza- …pero, ¿Cómo a qué hora tú? –insistió el Chanate.

—Pérense a que de perdida demos una o dos vueltas ¿edá? –le dije al Pepín.

—Pos si, aparte todavía no se pone Don Chente el de la barbacoa.

—¿Pos a qué hora se pone? –cuestionó el Chanate.

—Pos ya cerquita de las nueve, el fin de semana se pone más tarde –contestó Pepín.

—Úquela, pa la otra mejor venimos en Lunes –dijo con seriedad el Pingüica.

La respuesta del Pingüica nos hizo reír de inmediato, bueno, menos a él que dese que nació le gruñían las tripas de hambre.

Dos vueltas después y ya pasaban de las nueve de la mañana, la verdad es que todos estábamos tanta hambre que si hubiéramos visto una vaca, le dábamos una mordida.

—Listo, el camión sale en media hora, mientras vámonos a almorzar –dijo el Pepín.

Apenas había terminado su frase, cuando mis compañeros ya estaban corriendo al puesto de barbacoa, el Pepín y yo nos volteamos a ver y corrimos a alcanzarlos.

Varias rondas de tacos después, y luego de que Don Chente nos apuntara la cuenta, nos sentamos en una banca que estaba enfrente de la terminal de autobuses.

—Quedé como costal de papas –dijo soltando el aire el Pingüica.

—¿Y eso? –pregunté.

—Pos eso, que quedé lleno como un costal de papas, que no se puede ni doblar.

—Pos como no, si te comiste como diez tacos –exclamó el Chanate.

—No, no me comí diez tacos…me comí doce –contestó orgulloso.

—¿Doceeeee? –preguntamos los demás al unísono.

—Es que ya la traía atrasada.

Al camión de regreso sonó el claxon para avisarnos de la salida, caminamos para alcanzarlo y subimos como pudimos.

Ya en el camión, a los pocos minutos de haber arrancado, el Pepín comenzó a caminar por el pasillo para pedir los boletos a los pasajeros, iba checando uno a uno mientras nosotros lo esperábamos en los asientos de la parte trasera.

Cuando llegó con nosotros, nos dejó la bolsa de cuero con la perforadora y los boletos que llevaba, luego, caminó al centro del camión, se sujetó con ambas manos de unos asientos y cerró los ojos.

Nosotros no nos explicábamos que estaba sucediendo, hasta que sucedió, el Pepín, comenzó a cantar, y escuchamos lo que nunca habíamos escuchado, como nunca lo habíamos escuchado a él.

Pepín terminó de cantar, abrió los ojos y la gente comenzó a aplaudir fuertemente, un señor de edad avanzada fue el primero en sacar una moneda para dársela, Pepín dijo con la cabeza que no, pero en menos de lo que canta un gallo ya estaba el Pingüica y el Chanate recogiendo dinero que los pasajeros entregaban al cantante.

Una vez que terminamos nuestra jornada, nos fuimos a reportar a la oficina de Don Pepe, bueno, el que se fue a reportar fue Pepín, nosotros solo íbamos de añadidos.

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Pepín salió y nos entregó cinco pesos a cada uno que nos mandaba su papá, “por haberlo ayudado”, antes de irnos, Pepín nos habló y dijo:

—Muchachos, les pido un favor, que no se les salga delante de mi papá que canté en el camión, el no quiere, ¿sale?

Asentimos con la cabeza, nos despedimos y cada quien agarró para su casa, yo hice una parada técnica en la nieve de garrafa y me compré una de limón, digo, para que se me bajaran bien los tacos de barbacoa.

Si bien es cierto que no rompimos la promesa de decirle a su papá lo que había hecho su hijo, no contábamos con que el chofer lo había delatado sin querer al felicitar a Don Pepe:

—Muchas felicidades patrón, ¿cómo no nos había dicho?

—¿Qué cosa? –preguntó seco Don Pepe.

—Pos que tiene un hijo que canta re chulo –contestó el chofer.

Don Pepe no contestó, simplemente apretó la mandíbula, cerró las manos y se fue para su casa.

A la semana siguiente, ya nos habíamos enterado de que Don Pepe le había metido una santa regañada a Pepín, y por si fuera poco, un par de cintarazos.

—¿Cómo ves a Don Pepe Abuela?, le dijo a Pepín que era la última vez que lo hacía y que si se enteraba que lo hacía de nuevo, lo va a mandar a Estados Unidos.

—¿Y eso? –preguntó la abuela.

—Pos dice que es “para que aprenda”.

—¿Y Pepín…él que piensa? –preguntó la abuela.

—Pos está muy triste porque él quiere cantar, ya le había dicho antes a su papá que quería irse a estudiar para ser cantante.

—¿Y tú, que piensas? –me cuestionó la abuela.

—¿Yo?

—Si, tú.

—Pos que el papá de Pepín, lo debería dejar cantar, que no debería de regañar.

—¿Y tú abuela, qué piensas?

—¿De qué?

—Pos de eso, ¿Qué le dirías a Pepín?

—Nomás una cosa.

—¿Qué abuela?

—Que sus pies vayan a donde le diga el corazón.

Ese Domingo pensé que había entendido las palabras de la abuela, pero tomaron un verdadero significado cuando fu a mí el que me tocó decidir algo realmente importante en mi vida.

¿Qué qué pasó con Pepín?

Pues nada, que Pepín siguió los pasos de su papá y no los pasos que le dictaba su corazón, dejando a tras sus sueños de ser cantante, con el pasar de los años fue el dueño de la línea de camiones que había sido de su padre, pero acá entre nos, de vez en vez escuchaba a su corazón, pues se ya de grande, cuando su papá se había ido, montaba en alguno de los camiones, se paraba en medio del pasillo y cerrando los ojos se ponía a hacer lo que más amaba… cantar.

¡Hasta el próximo  Sábado!
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