Magnolia, la mujer que de día era una y de noche otra

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Ese modo de andar…

Magnolia era una mujer muy guapa, cuando pasaba por el mercado el tiempo se detenía, las básculas dejaban de pesar y el frijol, arroz y maíz se vaciaban del cucharón al alcatraz más lento que de costumbre.

Mientras los hombres le sonreían, se quitaban el sombrero, la saludaban con caravana, la mayoría de las mujeres le daban la espalda y otras hasta gestos le hacían, ¿por qué? En ese momento no lo entendía, lo supe hasta muchos años después.

—Mire nomás ahí viene “esta” –dijo entre dientes Doña Begonia la señora de la tienda de carbón.

—¿Quién oiga? –preguntó la abuela buscando con la mirada a la calle.

Y efectivamente Magnolia estaba esperando que pasaran los de la camioneta del gas para poder cruzar la calle y llegar al expendio de carbón.

—¿Pos quien ha de ser?, la cuzca aquella, la Magnolia, diantre mosca muerta, como si no supiera uno sus andares.

—¿Pos que le ha hecho a usted Begonia para que esté tan enojada con ella? –cuestionó la abuela con cierta “cola”.

—No, pos a mi… la verdad nada.

—¿Entonces?

—Pos ya sabe cómo es ella Lichita.

—¿Y cómo es?

—Pos… pos así

—¿Así cómo?

—Pos dicen que es “de aquellas”.

—¿Aquellas?… ¿cuáles?

En esas estaban cuando llegó al portón Magnolia y de inmediato Doña Begonia cambió la conversación.

—¿Algo más Lichita? –le preguntó a la abuela.

—Nomás un atado chico de ocote –respondió la abuela.

—Buenos días les de Dios y María Santísima –dijo saludando Magnolia.

—Buenos le de Dios Magnolia –contestó la abuela.

Doña Begonia apenas si contestó con un seco “buenas”, la abuela y yo nos retiramos del expendio de carbón mientras yo me preguntaba qué era eso de “aquellas”.

Después la abuela Licha me explicó que Doña Begonia formaba parte de algo así como “las señoras de la vela perpetua” y para ser sinceros, me quedé tan en las mismas como con lo de “aquellas”.

Ese look cha-cha-chá.

El cumpleaños de la Abuela ya estaba cerca, y como era de esperarse, lo festejaba con toda la mano, y no tanto porque ella lo quisiera, sino porque había tanta gente que la quería que casi “la obligaban”, por ejemplo Don Mateo le mandó avisar que dispusiera de dos marranos para el asado rojo, Don Cirilo hizo lo propio y el día que fuimos a su bodega de abarrotes.

—¡Lichita, pero que gusto, dichosos los ojos! –exclamó Don Cirilo.

—Buenas Don Cirilo ¿cómo está?

—Bien Doña Licha, oiga… ya mero estamos de manteles largos ¿Qué no?

—¿Manteles largos?

—Su cumpleaños pues.

—A pos si.

—¿Y qué?… ¿ahora no va a invitar?

—De sobra sabe que las puertas de mi casa, que es su casa siempre estarán abiertas para usted.

—Pues no se diga más, que yo soy el padrino de bebidas, ¿Qué le parece unas cajas de cervecitas y de refrescos?

—La verdad Don Cirilo, yo…

—Nada, nada, no me vaya a desairar, que ya ve cómo es uno de sentido, mañana mismo le mando el camioncito con la carga y si hace falta más, nomás me avisa, que al cabo aún faltan unos días…¿estamos?

—Estamos –contestó la abuela.

Don Cirilo me acarició la cabeza y se fue silbando, mientras la abuela y yo nos quedamos viendo uno al otro.

Y así como Don Cirilo y Don Mateo, las cosas se iban acumulando poco a poco, a tal grado que finalmente la abuela ya casi no tenía que poner nada, bueno me refiero a cosas materiales, porque la friega de hacer la comida, organizar todo, esa sí que se la ponía…y bien.

Hay un ángel en tu mirada.

La abuela Licha me mandó tres días antes de su fiesta de cumpleaños a avisarles a algunas personas, pero la invitación para Doña Begonia y sus amigas fue un poquito diferente.

—Buenas Doña Begonia.

—Buenas mijo, pero mira nomás que lleno de vida estás, mira nomás que grandote.

Lo más curioso de todo es que me acababa de ver unos días antes y me estaba diciendo ahora exactamente lo mismo que aquella vez.

—Qué dice la abuela Licha que el sábado festeja su cumpleaños, por si quiere ir, es a las siete de la noche.

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—Pos dile a Lichita que muchas gracias, que voy a hacer el intento de ir, pero que no le aseguro nada, dile que el sábado hay reunión con las muchachas en la iglesia, pero que haré lo posible.

—Está bien señora, ah, a propósito, me dijo que le dijera que va a estar el obispo por si quiere ir a saludarlo.

—¿Cómo?, ¿el excelentísimo Señor Obispo?… ¿en el cumpleaños de Lichita?… ¿estás seguro?

—Pos yo digo que sí, si hasta me dijo que él era su primo de ella.

—¿El Señor Obispo?, ¿primo de Lichita? ¿en serio?, oye mijo, dile que ahí estaré sin falta, a ver que les digo a las muchachas, pero dile que si voy, ¡ah como de que no!, ¡claro que voy!

Comencé a irme sin darle la espalda, y es que la verdad de las cosas me comenzó a dar miedo la manera en la que hablaba, como para adentro, como para ella misma.

Acá entre nos, eso del Obispo la abuela se lo había tenido muy calladito y en secreto, cuando le pregunté por qué no nos lo había dicho antes nomás me dijo: ¿y cómo pa qué?

Llegó la noche esperada, todo el corral estaba lleno de mesas y sillas, el piso estaba recién regado y no se levantaba ni poquito de polvo al caminar, el tío momo y el tío Teodoro habían colocado unos cables largos en los que colocaron cada metro más o menos un foco para que estuviera bien iluminado todo.

El trío de “Los Alemanes” cortesía de la cantina de “El Ventarrón”, amenizaban la fiesta, del otro lado se acomodaba el equipo del grupo norteño que había mandado Don Pepe Zamarripa, en fin, que esa fiesta de cumpleaños parecía quinceañera o boda.

En la mesa de la abuela, estaban sentados los “padrinos” de la fiesta, el Obispo y por supuesto la abuela Licha; en una mesa de al lado unas mujeres a las que nunca en la vida la abuela Licha las había invitado, a Doña Begonia y sus compañeras de “la vela perpetua”.

En cada mesa, nomás para calentar motores, había chicharrones, carnitas, guacamole, salsas, pico de gallo y tortillas hechas a mano, de tomar agua de horchata, Jamaica, tequila y cerveza; y digo para calentar motores porque el asado rojo, el arroz y las sopas venían más adelantito.

En esta ocasión, Doña Begonia y acompañantes no comían prójimo, pero si le entraban con ganas a los chicharrones a los que nomás se escuchaba el crujir, en esas estaban las damas, cuando de pronto, la risa y el crujir de chicharrones se acabó, vi como pusieron una cara más larga que la cuaresma, algo estaba pasando.

Vi hacia donde ellas veían, y ahí estaba, iba entrando despampanante, con un ceñido vestido color rojo ni más ni menos que la guapa de Magnolia, que a decir verdad y acá entre nos, Doña Begonia y sus amigas no fueron las únicas en quedarse con la boca abierta,  pues vi a varios señores que también lo hicieron, Magnolia, se quedó como petrificada, se veía el temor en su rostro.

Mientras algunas mujeres le daban un codazo o pellizco al marido, la abuela Licha se paró de su asiento y fue a recibir a la dama de rojo.

—¡Qué bueno que viniste mujer!, ya hasta pensaba que no venías –le dijo la abuela.

—Lichita, gracias por invitarme, yo, la verdad, no sabía si venir, pero, mire aquí estoy, pero ahora creo que ya ni se.

—¿Ya ni sabes qué?

—No se si hice bien, hay tanta gente, no pensé que…

—Anda, y es mejor que ni pienses nada, que acá estamos para divertirnos, que es mi cumpleaños y es momento de recordar para qué estamos vivos ¿Qué no?

—Si, pues si, tiene razón –sonrió tímidamente.

—Bueno, pásale, pero antes dame mi abrazo.

El abrazo que se dieron fue tan sincero que hasta parecían madre e hija, pude ver como a magnolia se le escapaba una lagrimita mientras abrazaba a la abuela.

—Mire, le traje esto, es algo muy sencillo, pero es con mucho cariño –le dijo entregándole a la abuela un paquete envuelto en papel amarillo con un lazo del mismo color.

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—Amarillo, mi color favorito, mija, no te hubieras molestado –contestó la abuela.

Hubiera jurado que el color favorito de la abuela era el naranja…hasta esa noche.

La abuela puso el brazo y Magnolia se tomó de él y la acompañó en su procesión, y la pregunta era, ¿en qué mesa iba a sentar la abuela a magnolia?, ¿al lado de quién?

Se iban acercando “peligrosamente” a la mesa de “las velas perpetuas”, y digo peligrosamente porque esa cara tenían las amigas de Doña Begonia, de terror ante el peligro de ver sentada a su lado a una mujer “de aquellas”; pero fue una falsa alarma, pues las pasaron de largo y les juro que vi como hasta suspiraron del alivio.

Diez segundos después, una bomba más poderosa que la atómica cayó esa noche y no lo registraron los historiadores, pues sucedió algo que ni en las pesadillas más locas de muchos de los presentes, la abuela sentó a Magnolia en su mesa, que digo en su mesa, la sentó a un lado de ni más ni menos que de su primo, el Señor Obispo.

—Lichita, yo… -dijo Magnolia todavía de pie a un lado del Obispo.

—Anda hija, que aquí en esta casa todos somos hijos de Dios, hasta aquellas de allá enfrente.

En esas estaban cuando el religioso se puso de pie, movió la silla para que se sentara Magnolia, entonces ella cedió y se sentó, luego el primo de la abuela hizo lo mismo con la silla de ella.

Nomás porque en aquella época no existían los celulares con cámaras, porque los rostros de Doña Begonia y compañía estaban para hacer unos “memes” de antología.

La abuela, el obispo y Magnolia se pasaron la noche platicando de los lindo mientras tomaban unos tragos, comían y reían, es decir, se pusieron a vivir sin que nada ni nadie más les importara, tanto que ya de nochecita hasta bailaron unas polcas.

Fue una noche memorable, una noche que nunca olvidaré.

A la mañana siguiente, cuando recogíamos todo el tiradero, me acerqué a la abuela y le pregunté:

—Abuela, ¿te puedo hacer una pregunta?

—A ver, dime –dijo recargando la barbilla en la escoba.

—¿Por qué las señoras veían feo a la señora Magnolia?, ¿por qué criticaban que estuviera en tu mesa con tu primo el Obispo.

—Mire mijo, la gente crítica y desprecia a la gente por bruta, por ignorante, porque mucho bla, bla de que si todos somos hijos de Dios, pero a la hora de la hora son los primeros en separar a los hijos buenos de los dizque malos, cuando un padre terrenal jamás haría eso, ¿a poco cree usted que Dios va a hacer menso a un hijo?, ¿Qué derecho tenemos nosotros de hacer menos a alguien?, ahora sí que como dicen, “el que esté libre de pecados…”

—Entonces… ¿todos somos iguales?

—Si mijo, nomás que unos más brutos que otros.

—¿Por eso la sentaste con tu primo el obispo?

—La senté porque es una buena mujer, ella cuida y mantiene a sus padres y a los dos hijos de su hermana que falleció, esa mujer, los quiere como si fueran de ella y vive entregada a ellos tratándolos con más amor que muchas madres que conozco, no nos confundamos mi niño, una cosa es quien usted con la gente y otra cosa muy distinta a lo que se dedique o haga con su vida; la senté porque aparte de todo ella, Magnolia lo necesitaba, la senté en mi mesa porque aquellas mujeres de la mesa de enfrente también lo necesitaban, ¿pero sabe que mi niño?, ¿quiere saber por qué realmente la senté en esa mesa?

—No abuela, ¿por qué?

—Porque yo, porque mi corazón lo necesitaba.

Esa noche entendí que muchas veces lo que hacemos “egoístamente” para nuestro corazón, puede ser un alivio para otros corazones también… y a veces hasta sin quererlo.

 

¡Hasta el próximo  Sábado!

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