Los amores de lejos son… muy complicados

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Nos escribimos cada semana.

Isidro y Lola estaban enamorados, o al menos eso parecía no había domingo que no se vieran para ir a misa, luego por la tarde a la plaza para tomar una nieve, a veces los dejaban ir al cine, pero eso sí, con chaperón.

Doña Genoveva era una mujer muy a la antigua y hace unas décadas, eso era a la antigua de verdad.

—Te quiero antes de las ocho–le decía Doña Genoveva a Lola.

—Pero mamá, la coronación de la reina es a las nueve de la noche –suplicó Lola.

—Pos será el sereno, pero las ocho son las ocho aquí y en china –contestó la Doña.

—Pero allá es temprano –dijo haciéndose el simpático Isidro.

—Bueno, entonces no se diga más, me llegan a las siete –contestó la mamá de Lola.

Lola e Isidro  se quedaron viendo entre ellos, sabían que tenían que apechugar la orden, no había de otra, así era y punto.

—¿Ya ves por andar de chistoso? –cuestionó Lola.

—Pos yo como iba a saber –dijo Isidro.

—Pos si ya la conoces.

—Pos si, pero no pensé que fuera tan amargada.

—Órale, que estás hablando de mi mamá.

—Pos yo nomás decía.

—Pos no diga.

—Pos ya no digo pues.

Y como el que espera desespera y el tiempo corre más aprisa cuando uno se divierte, Isidro y Lola salieron de prisa para ir a divertirse…lo que alcanzaran.

El Amor en tiempos del telegrama

Un par de meses después Isidro y Lola estaban sentados en una banca de la plaza, ella lloraba desconsoladamente, él tenía un semblante como cuando se te muere alguien de la familia, algo no andaba bien.

No tardaron mucho tiempo en la placita, cuando se regresaron, él la acompañó hasta su casa y ahí se despidieron, se tomaron de la mano mientras se veían a los ojos, finalmente se dieron un abrazo que no duró mucho, pues casi de inmediato encendieron y apagaron varias veces el foco de la entrada y eso solo significaba una cosa, que Isidro se debía marchar de inmediato.

—Hace mucho que no se ve Lola, ¿qué ya no son amigas? –preguntó la abuela.

—Si amá, todavía, nomás que Lola se fue a vivir a Yucatán con su abuela materna –contestó la tía Inés.

—¡A caray!, ¿y que anda haciendo tan lejos?

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—Pos que su abuelita estaba enferma, y como ya todos los hijos se casaron, pos se la van turnando.

—¿Y por qué no la trajeron para acá? –cuestionó de nuevo la abuela.

—Pos que a la señora no le gusta por acá, dizque está muy seco y muy feo –dijo la tía Tere.

—Válgame, ora resulta –dijo la abuela.

—Pos sí, pero el que la está sufriendo es el pobre de Isidro, dicen que no come por estar nomás pensando en ella.

—Ni que ella le diera de comer en la boca –respondió la abuela.

—¡Ay amá!, ¿qué no ve que están enamorados? –dijo la tía Inés.

—Si ama, ya hasta se querían casar –comentó la tía Tere.

—Dicen que todos los domingos se mandan telegrama –dije metiendo mi cucharota.

—Pos a ver cuánto duran así –comentó la abuela mientras probaba la masa para los tamales.

—Pos fíjese que van a durar muchote, porque se quieren –comentó la tía Tere.

—Qué cosa tan bofa y desabrida –dijo la abuela.

—¿Por qué dice eso mamá?, para el amor no existe la distancia –dijo la tía Inés.

—¿Cuál amor, cual distancia?, si yo de lo que hablo es de la masa para los tamales, que está bofa y desabrida, hay que ponerle sal y amasarla más, hasta que flote en el agua –contestó la abuela.

—¿Y cómo cuanto tiempo le damos? –cuestionó la tía Tere.

—Pos yo no creo que aguanten, a lo mucho dos meses -dijo la abuela.

—¿al amasado? –exclamó la tía Inés abriendo los ojos.

—Nombre, que amasado ni que nada, al noviazgo de Isidro y la Lola –dijo la abuela mientras se alejaba.

Cuando la abuela Licha se fue, las tías la criticaron, no entendían como era posible que ella no creyera en el amor a distancia, así que la tía Inés y la tía Tere ya mejor ni hablaron y siguieron amasando la masa para los tamales…hasta que flotara en el agua.

Hay amores que matan…de tristeza

No había domingo que Isidro no le mandara telegrama a Lola y al domingo siguiente Lola a Isidro le contestaba, así semana tras semana…hasta que se acabó.

Isidro insistía enviándole telegramas, pero ya no le contestaban, hasta que un día, el cartero tocó a su casa, era una carta de Lola, Isidro sintió que el corazón se le quería salir, abrió el sobre, leyó la carta y luego sintió que el corazón se le había salido de verdad y para siempre, la carta solo tenía siete  palabras, duras, fuertes y frías, pero sinceras: “Isidro, perdóname, pero ya no te quiero”

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Lola conoció en una fiesta de una boda a un joven Francés que estaba trabajando en Mérida, esa noche él la abordó, la invitó a bailar, al terminar la fiesta, el francés le dijo que quería volver a verla el día siguiente, Lola le dio la dirección de la casa en la que se quedaba y él comenzó a visitarla, y el resto es historia.

—Abuela –pregunté- ¿Cómo supiste que Isidro y Lola no iban a durar mucho tiempo?

—No lo supe mijo, ni lo adiviné, nomás que he vivido más tiempo que ustedes.

—¿Y eso que tiene que ver abuela?

—Mire mijo, hay cosas que pasan por que uno mismo las hace que pasen.

—No entiendo abuela.

—A ver mijo, si va al mercado y antes de salir se toma dos litros de agua, lo más seguro es que con la caminada y tanta agua le den ganas de ir al baño, ¿qué no?

—Pos si abuela.

—¿Y si está haciendo frío, mucho frío y toma mucha agua, a poco no le dan ganas de ir más pronto?

—Pos si.

—Ándele, pos algo más o menos así, la mayoría de la gente le pasa eso, pero habrá unos cuantos que no les pase nada y aguanten bien, así en el amor, hay gente, amores que sobreviven a la distancia, pero la mayoría no.

—Entonces, ¿es cierto eso de que, amores de lejos son…?

—Son de pensarse mijo, son de pensarse, mire, hay amores que se dan a la distancia, pero son los menos, porque el amor es como la chimenea, se siente a la cercanía y si le gusta, se queda uno en lo calientito, pero apenas se aleja uno de la chimenea, del calorcito y se va sintiendo el frío, y no es por intrigar, pero a la gente nos gusta lo calientito.

 

¡Hasta el próximo  Sábado!

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