Las cosas que me encabritan (Si, ya me estoy haciendo viejo)

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No mis queridos tres lectores, no es lo mismo los tres mosqueteros que veinte años después, es más, que digo veinte, ni diez años después.

Cada vez hay más cosas que no  tolero, que no aguanto, que no soporto, y yo se lo achaco a que ya me estoy poniendo viejo, y díganme si no, pero cada vez se vuelve (al menos yo) un poco más selectivo (gruñón dirán los chavos).

Si, alguna vez me gustó la música fuerte, a alto volumen, y entre “más se sintiera”, mejor, ahora no, ya me molesta si me sientan cerca de una bocina en una boda, antes con leer los labios era suficiente, hoy, prefiero escuchar la voz de la persona que tengo enfrente.

Antes bailar cada quien por su lado en aquel tiempo estaba bien, a dos metros de distancia era perfecto, hoy prefiero hacerlo cerca y si siento cerca su corazón, mejor.

Me molestan las personas que apenas cambia el verde y ya están con el pito en la mano, perdón, con el claxon a todo lo que da, y es que en verdad, les juro que mi carcacha ni acelera más de lo que da, ni se vuelve helicóptero

No puedo más con la impuntualidad, el ser puntual es de caballeros, el no serlo, de patanes, si quedas a las cuatro, es a las cuatro, ok, quizá se te atravesó algo y llegas 5 minutos después, pero ¿media hora o cuarenta y cinco minutos tarde?; un profesor decía, “si llegas diez minutos tarde y te esperan cinco personas, ya son cincuenta minutos que faltaste a un compromiso, es decir, te robaste cincuenta minutos, porque ese tiempo era de ellos”. Y claro que tenía razón, porque si lo que “robaras” fuera dinero (cosa que también es deleznable), como quiera se lo regresas a la gente, pero, ¿el tiempo cómo?

Me encabritan las “cadenas de oración” de Facebook, como si por dar “likes” se salvaran niños de cáncer, de morir de hambre o la gente enferma.

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Me entristece que cada vez menos personas sean fieles a sus convicciones, que exista menos lealtad, que cada vez menos patrones o jefes exalten o vean como una virtud el compromiso y la fidelidad en un empleado, “La fidelidad y el compromiso no tiene precio –decía mi a pá- si lo encuentras en un empleado o en tu mujer a ninguno de los dos los dejes ir»

Que tiempos en los que al entrar y salir de un lugar público se tenía la cortesía de saludar hasta el Don que cuidaba la puerta, la Señora del aseo, decir con permiso o “disculpe” cuando está la señora fregando los pisos y uno tiene que pasar por necesidad.

Hace como cinco años, me tocó en el metro de chilangolandia a un señor de edad avanzada darle el asiento a una joven que se paró a su lado, el Don, vestido con una camisa blanca, impecable, se levantó el sombrero, de esos que se usaban en los cincuentas y le dijo a la dama: “por favor señorita”, ella lo vio de arriba abajo y le dijo grosera: “¿Me lo da porque soy mujer?, yo también puedo ir de pie”, a lo que el venerable le contestó: “No señorita, no se lo cedo porque es una mujer, se lo cedo porque yo soy un caballero”.  Y así, ni uno ni otro usó el asiento hasta que llegó un joven con unos pantalones a media nalga y extrañado porque nadie lo usaba, se sentó.

Cada vez tolero menos a la gente negativa, tóxica a la que solamente se la pasa hablando de sus desgracias, de lo mal que le va en la vida, de su mala suerte, creo que la vida es tan, pero tan corta, que es mejor rodearse de gente con la que uno se sienta a gusto, pleno y si no la encontramos, de plano, mejor estar solos en casita, que un buen libro, una  buena película y un tequila han de hacer mejor que aquel tipo de personas.

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Reglón aparte los chamacos, mocosos que no respetan a sus padres, a esos los mandaría de plano a una escuela militar en el extranjero, nomás para que ahora si como dice el dicho: “aprendan a amar a Dios en tierra de indios”, mi papá decía que a los hijos había que tenerlos con un poquito de hambre,  de frío y de calor.

A veces, cuando salíamos de viaje, andábamos de cacería o íbamos a la sierra a buscar algunas hierbas o animales, mi papá a propósito “olvidaba” darnos de comer, en todo el día y ya hasta tarde, casi de noche comíamos lo que se podía o lo que llevaba en el itacate, muchas de esas ocasiones eran cosas que los chicos decíamos que “no nos gustaban”, pero esa noche, las devorábamos. “No es que no te guste –decía el viejo- lo que pasa es que no tienes la suficiente hambre”.

Otra de las cosas que me “encabritan” es la gente que te pregunta algo esperando que le contestes lo que quiere oír, pero si le contestas lo que piensas se molestan, y digo yo, ¿para qué carajos me preguntan si no quieren saber mi opinión?; la Abuela Licha dice: “Si no quieres saber mi opinión, pos no me la preguntes”.

Díganme quisquilloso o como quieran, pero no me gusta que me digan “amigo” cuando apenas si nos conocemos, cuando apenas nos presentaron menos, el ser amigo, es una palabra tan fuerte tan viva, que me laxa que amigo la usen como usar pañuelo desechable, así, para cualquier moco.

Ustedes han de disculpar mis amigos, pero es que hay una edad en la que ya no está uno para soportar ciertas cosas, y creo que acabo de llegar.

¿Quién más se anota?

 

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