El Señor de los Baleros

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Hasta Villa Lloró

—¿Pos que fregaos trais que azotas la puerta de tela muchacho de porra?

—Abuela, abuela —dije con la respiración agitada— ya llegaron los de la feria al rancho.

—¿Y luego, yo que? —contestó secamente- a mí­ ni me gustan las ferias.

Ante tal comentario simplemente me senté en la silla de madera con hilo de ixtle que siempre estaba en la cocina, guardé silencio y escuché el chapoteo del agua en las palanganas donde lavaba los platos la Abuela.

Entonces la Abuela Licha rompió el silencio:

——No haga como que no le duele, porque luego le va a doler pior —dijo mientras daba la vuelta y se secaba las manos en el delantal— mire mijo, si quiere chillar, chille, que eso no lo hace menos hombre, si hasta Villa lloró cuando lo mandó jusilar el chacal Huerta.

La Abuela se agachó y puso su fuerte y dulce mirada frente a mis ojos; y peinándome con la mano preguntó: ¿Tú quieres ir verdad canijo?

Contesté afirmativamente solo con la cabeza

—Pos vamos a ir, aunque no me guste.

—!Abuela! — grité saltando de la silla como resorte abrazándola

—Cállese mocoso, ¿Quieren que lo oigan los demás?, ¿que no ve que no tengo dinero pa tanto nieto?; mire, pasado mañana vamos a la feria, nomás no diga nada a nadie, porque si alguien llega a saber, no vamos.

Desde ese momento me quedé quieto, mudo, los dí­as siguientes no querí­a ni que se me notara en la cara la felicidad; no se fueran a dar cuenta.

La toma del Zacatecas

El tan ansiado dí­a llegó y la Abuela Licha se acercó y me dijo al oí­do: —ora si mijo, sálgale pa la esquina y ahí­ me espera, ándele, corra como si hubiera visto a la calaca—’¦ Nunca habí­a corrido tan rápido en mi vida.

Ya en la feria, la Abuela y yo no parábamos de andar viendo de un puesto a otro, y digo viendo, porque dinero no habí­a para andarlo tirando.

En cierto momento la Abuela me dijo: —Ira, ¿ya viste?

Giré la cabeza hacia donde la Abuela me habí­a señalado con la ceja.

Y ahí­ estaba ‘El Zacatecas’, el Zacatecas era un hombre que usaba un sombrero de ala ancha, muy ancha, con unos adornos en la parte alta, vendí­a duros de cerdo con una deliciosa salsa roja de árbol con cilantro y cebolla; mientras se paseaba por la plaza los domingos gritaba:

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!Zacateeeecas, Zacatecas, aquí­ anda el zacatecas!
En esa época yo veí­a a esos duros tan grandes como las alas de su sombrero.

—¿Quiere un duro con salsa y un agua fresca? —Preguntó la Abuela- porque pal balero que le gustó, pos nomás no ajustamos mijo.

¿Me pudo lo del balero? Sí­, pero como también soy glotón, pues acepté con gusto el duro y el agua y le entré con singular alegrí­a, porque como dice la Abuela Licha: ‘De los siete pecados capitales los menos cabrones son la Gula y la Lujuria porque se quitan con la edad, pero la Avaricia, Pereza, Ira, Envidia, Soberbia, esos te joden la vida y se van contigo hasta la muerte‘.

Que cosas Señor Don Simón

—!Abuela, Abuela! – grité efusivo mientras le enseñaba el objeto casi en la cara— mira lo que me encontré, una cartera, una cartera y está bien llena de billetes, !ya podemos comprar muchas cosas abuela!

—A ver, presta —me dijo arrebatándomela— ¿es tuya?

—No —le contesté— te digo que la acabo de encontrar

—A pos si dices que no es tuya, es porque ha de ser de alguien, pérate, amos a buscar de quien es —y mientras decí­a esto se puso a esculcar la cartera- mira nomás —me enseñó una foto— A ver, si has de saber ¿Quién es este señor y su familia?

—¿Don Simón? —Contesté tí­midamente

—Bueno, como ya sabe usted quien es, es su deber buscarlo —dijo.

Y así­, preguntando y preguntando, no tardamos mucho para hallar a Don Simón que por cierto se encontraba en el puesto de juguetes y artesaní­as de madera, el mismo puesto de donde me habí­a enamorado de aquel balero de brillantes colores nunca antes vistos por mí­.

—Oiga bájele, hágame un descuento —decí­a con voz aguardientosa Don Simón al artesano.

—Ya es lo menos patrón —contestó apurado el artista de la madera— es poca la ganancia y muncho el material, aparte venimos de lejos y…

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—Y ¿trais pa pagarle Simón? —Interrumpió la Abuela.

Don Simón volteó bruscamente y viendo a la abuela le dijo: —traigo hasta pa pagarles la risa, mira. Aaaahh chirrión, mi cartera —gritaba enajenado buscándose en las ropas— ¿quién fregaos se robó mi cartera?

—Ya Simón no seas chillón que aquí­ mi nieto se la encontró; porque la tirastes burro.

—Por poco y me hago azucarado Lichita —casi arrebatándole la cartera a la Abuela—Ah pero dime muchacho, ¿Cuánto quieres por haberme regresado la cartera? —me preguntó Don Simón más de compromiso que de ganas.

—!El muchacho no te está pidiendo nada Simón! nomás dale las gracias como buen cristiano y no me digas Lichita que pa eso me llamo Licha.

—No Licha, si no los quise ofender, nomás que no se diga que Don Simón Páez es un ratero y malagradecido.

—Uyy pos va estar difí­cil —dijo la abuela- mira si no quieres ser ratero y malagradecido, págale a este hombre su artesaní­a al precio que es y no le andes regateando, ¿a poco nosotros te vamos a regatear a tu tienda?

Don Simón no contestó, y más rojo que un tomate, sacó la cartera, pagó al artesano y se fue echando madres.

—Vámonos mijo, que ya es tarde — dijo mientras me tomaba de la mano al verme temeroso de la reacción de Don Simón.

Apenas habí­amos caminado unos pasos cuando alguien me tomó del hombro firmemente, eso provocó que la abuela que me llevaba de la mano se frenara.

artesano—Toma, es tuyo —me dijo el artesano mostrándome en su mano el balero de colores brillantes que tanto me habí­a gustado.

—No puedo —contesté con una mueca y el corazón apachurrado- no tengo dinero, no es mí­o.

—Le digo que es suyo, se le cayó de sus sueños y yo nomás lo encontré.

La Abuela Licha me miró, y con los ojos llenos de lágrimas y dándome su venia rezó:

—Tómelo mijo, tómelo con gratitud, que viniendo de esas manos limpias, viene de Dios.

¡Hasta el próximo Sábado!

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