Él murió y la dejó sola (eso creía ella)

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Un ave nocturna.

Era un sábado por la noche cuando llegaron a tocar fuertemente a la casa de Blanca, era Neto, el gendarme de la policía rural; al escuchar los toquidos y la voz de Neto, a Blanca le comenzó a palpitar el corazón fuertemente, parecía que se le quería salir del pecho, sabía que algo no estaba bien.

—¡Blanca, Blanquita! –gritaba Neto mientras tocaba la vieja puerta de madera de verde despintado.

Blanca, corrió, sentía las piernas como de chicle, no le respondían como ella quería; abrió la puerta y se encontró con la cara desencajada de neto, presintió lo peor.

—¡Neto!, ¿qué pasó?… ¿Onde está Camilo?

—Pos de él le quería hablar Blanquita…

—¡Camilo!, ¿dónde está? ¡dígame ya!, ¿qué le pasó?

—Blanca, Blanquita, es mejor que me acompañe, ande súbase a la camioneta, que allá en la Cruz Roja le explican.

Blanca despertó a Darío el hijo de diez años y cargó a Mario, el pequeño de cinco; tomó una bolsa, su monedero y salió con un niño en brazos y otro tomado de la mano.

En el camino intentó sacarle la verdad a Neto, pero él le respondía lo mismo, que no sabía nada y que el comandante de la policía le había dicho que fuera de inmediato por ella, que era una emergencia.

Cuando llegaron a la Cruz Roja, ya los estaba esperando la hermana de Camilo quien vivía más cerca y le habían avisado primero.

Blanca ni esperó a que la camioneta se detuviera del todo cuando ya había abierto la puerta, brincó con su niño en brazos justo cuando el vehículo estuvo en punto muerto, a su hijo Darío lo volvió a jalar provocando que saliera de la camioneta de un brinco.

—Eva, ¿qué le pasó a mi Camilo? –preguntó Blanca a su cuñada.

—Blanca, tranquila, deja a los niños aquí afuera con mi viejo y con mija, anda mujer, que el doctor quiere platicar contigo y no es bueno que los niños escuchen esto.

Blanca sintió en su corazón que nada bueno saldría de los labios del doctor, su corazón se lo decía… y tenía razón.

Y la mala noticia es que no hay buenas.

El camino de la entrada al pasillo parecía no tener fin, entre más caminaba parecía que le jalaban más la entrada a la sala de emergencias.

—Mira, él es el Doctor- dijo la cuñada de blanca.

Apenas el Doctor las vio y supo que quien acompañaba a Eva era la esposa de Camilo.

—¿Es usted la esposa de Camilo? –preguntó el Doctor.

—Si Doctor, ¿qué tiene mi marido? ¿dónde está, que le pasó, por qué tanto misterio?

—Señora, siéntese por favor, su esposo…

—¡Quiero verlo, necesito verlo!

—Antes que nada, quiero decirle que su esposo se encuentra en malas condiciones y el pronóstico no es alentador.

—Pero ¿dónde está?, ¡quiero ver a mi Camilo por Dios!

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—Señora, sé que esto no es fácil para usted, pero por su bien, por el de él, trate de estar más tranquila, que él no la vea así, venga para que lo vea y cuando salga hablamos, pero le advierto que lo que verá es fuerte, su esposo sufrió un accidente muy grave, ha perdido mucha sangre y…

El doctor se dio cuenta que ella no lo estaba escuchando y solo buscaba con la mirada para ver si veía a su marido.

—Está bien señora, sígame por favor.

Blanca así como iba de prisa por el pasillo, se detuvo en seco en la entrada a la habitación compartida donde estaba su marido, se limpió las lágrimas y respiró profundo, luego entró.

Camilo estaba con una venda en la cabeza, la sábana que tenía encima estaba manchada de sangre.

—Camilo, mi Camilo, ¿cómo estás?, ¿Qué te pasó corazón de mi vida?

Camilo, abrió lentamente los ojos, giró la cabeza hacia donde estaba su mujer e hizo una muy ligera mueca al intentar sonreírle.

—Mi viejita chula, mi Blanquita hermosa –dijo jadeando con la voz entrecortada.

—¿Pos que te hicieron viejito?

—¿Cómo seré de bruto que yo mismo le lo hice mi chula?

—¿Usté mismo?, pos mire nomás como se dejó, ¿pos que se hizo?

—Fui con los muchachos por una vaca que andaba en el cerro, ya ves que esas suben pero nomás no se les da bajar

—¿Y qué pasó?

—Pos que me empujó y terminé bajando yo primero que ella.

—No se apure mi viejo, que hemos salido de peores, ya verá que pronto…

—No mi chula –interrumpió Camilo- ora si le voy a quedar mal, de esta ya no salgo, todo me duele tanto que ya no siento nada.

—¿No siente ganas de seguir a mi lado, al de nuestros hijos?

—Ganas me sobran, quiero estar a su lado con toda el alma, pero pos lo que me falta es un cascarón que no esté tan amolado como este.

—No mi Camilo, no me vaya a abandonar, ¿Qué voy a hacer si usté?

—Yo nunca la voy a abandonar mi cielo.

—¿Me lo promete?

—Le prometo que nunca la abandonaré… aunque no esté aquí.

—No me diga eso mi viejo, ¿luego quién me va a cantar la canción que me regaló?

—¿Se acuerda mi chula?, ¿se acuerda onde se la regalé?

—El día que nos hicimos novios, en las fiestas del pueblo –contestó Blanquita mientras las lágrimas le rodaban por sus mejillas- la cantaba un mariachi y me dijo que era mía, que me la regalaba, luego me regalaste un clavel rojo, muy bonito.

—¿Me la canta mi chula hermosa? –apenas se escuchó decir a Camilo- ándele, no sea ranchera.

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Blanquita con los labios temblorosos y con un nudo en la garganta le cantó al amor de su vida:

—♪♫  Si nos dejan,  buscamos un rincón cerca del cielo, si nos dejan, haremos con las nubes terciopelo… y ahí juntitos los dos, cerquita de dios, será lo que soñamos… ♪♫

Mientras Blanquita le cantaba, Camilo cerró los ojos, se le dibujó una sonrisa en el rostro, dejó de fruncir el ceño y soltó lentamente la mano de su amada mujer.

Esa noche, en el hospital, se escuchó un grito de lamento y dolor, como si a alguien le hubieran abierto el pecho y sacado el corazón con las manos.

Cuando el amor existe la muerte no.

Dos meses después, Blanquita estaba en el cementerio visitando la tumba de su Camilo, le llevaba flores porque era su aniversario de bodas, los hijos de ambos estaban cerca de ella sentados en una tumba, mientras veían fijamente la tumba de su papá y veían a su mamá como intentaba no llorar como realmente deseaba hacerlo, pero no, no lo haría delante de sus hijos.

—¿Por qué nos abandonaste Camilo? –decía en voz baja- ¿por qué te fuiste si me prometiste que seguirías siempre a mi lado?, me prometiste que seguirías a mi lado, aunque ya no estuvieras aquí Camilo.

No había terminado de hablar, cuando se escuchó que una camioneta pasaba por el caminito que estaba a solo unos metros a sus espaldas, a Blanca a se le puso la piel de gallina cuando escuchó la canción que tocaba la radio del vehículo.

—♪♫  Si nos dejan,  buscamos un rincón cerca del cielo, si nos dejan, haremos con las nubes terciopelo ♪♫

—Perdóname Camilo perdóname mi vida –exclamó de rodillas.

Entonces sintió en su hombro una manita, era la de su hijito menor, cuando volteó, vio que el su hijo mayor, Darío tenía un clavel rojo en la mano; ella asombrada, mirándolo a los ojos le preguntó:

—¿Y esto, de dónde lo sacaste hijito?

—La señora de enfrente, me habló y me dijo que te la diera, porque te veía muy triste mamita

—¿Cuál señora?

—Esa, la que está pasando el caminito –dijo apuntando hacia donde se encontraba la mujer con su familia, quien al ver que Blanca los veía, saludó amablemente.

Blanca volteó a la tumba de su marido, tomó las manos de sus hijos, volteó al cielo y se dio cuenta de que un hermoso arcoíris se veía en el horizonte, entonces cerró los ojos mientras una brisa acariciaba sus mejillas y movía su pelo de los hombros… tal y como lo hacía su amado Camilo.

 

¡ Hasta la próxima semana ¡

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