El Camino a la Felicidad de la Abuela Licha

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Galletitas recién hechas.

—¿Y esta que trae? –preguntó la Abuela Licha-

— Pos sepa amá, desde antier anda sí, todo le molesta –contestó la tía Tere-

—¿No te ha dicho nada? –dijo la Abuela-

— Nada –respondió la tía-

—¿Tú sabes algo? –me preguntó-

— No, pos nomás que hace rato le pregunte qué horas eran y me dijo ¿a poco tienes cita con el doctor? Y luego se fue.

— Algo ha de traer Inés amá, pero ¿pa saber? –comentó la tía Tere-

La abuela Licha no dijo nada más y siguió con la preparación de la masa para las galletas, yo hice lo propio, esperar a que salieran del horno.

—¿Tengo la camisa de cuadritos azul limpia? –preguntó el tío Momo-

— Ahí están colgadas en el tubo que está a un lado del burro de planchar –contestó la tía Tere-

— No, de ahí vengo y no está, ya moví todos los ganchos y nada –dijo el tío-

— A jijo, pero si le dije a Inés que la planchara porque hoy ibas a salir, ¿tú la lavaste Teresa? –preguntó la Abuela-

— Si amá, hasta cuando quité la ropa del tendedero le dije a Inés que ya estaba lista para planchar

— A ver, pregúntale a Inés que pasó

La tía Tere fue a preguntarle a si hermana que había pasado con la camisa de cuadros azules, más tardó en ir que en regresar.

— Momo… -dijo la tía Tere-

—¿Qué pasó?

— …Te vas a enojar

—¿Yo, y por qué?

— Pos por la camisa

—¿Se le olvidó planchar la camisa?, pos dile que la planche y ya –habló la abuela-

— Momo… es que te vas a enojar.

— Ya pues suéltala, ¿por qué me voy a enojar?

— Es que… dice Inés que ella te compra otra.

—¿Qué me compra qué?

— Otra camisa

—¿Y la mía? –preguntó ya exaltado el tío Momo-

— Pos…dice que se le quemó cuando la iba a planchar.

—¡Pero si es la camisa de salir!, ¡amá no tengo otra camisa pa salir y hoy le dije a la Lupe que íbamos al baile!

Mientras el tío Momo salía fúrico de la cocina, la abuela Licha se llevaba la mano al rostro tapándose los ojos y moviendo la cabeza.

En esa casa todos sabíamos hacer de todo, yo a los nueve años ya me metía a la cocina a ayudar, los tíos se lavaban y planchaban, aquí el problema era que la tía Inés y la tía Tere se habían comprometido con el tío Momo a lavarle y plancharle la ropa por un mes, a cambio de que él les comprara el boleto de ida a Aguascalientes para ir a visitar los primos en vacaciones.

Ni hablar, de que había problema, lo había, pero lo bueno de todo es que los problemas no duran para siempre y unos minutos después eso se había olvidado, bueno, para mí, y es que esas galletas recién salidas con un vaso de leche eran la gloria.

La chapuza acusa.

Generalmente cuando había un problema, la Abuela no lo mencionaba a la primera, digo, cuando había un problema de verdad, porque cuando la regaba uno en cualquier cosa, a la primera de cambio le decía a uno lo que estaba mal o como había que hacerlo, pero cuando la cosa era grande, esperaba el momento oportuno para hablarlo y por lo que vi, el domingo siguiente fue un buen día para hacerlo.

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— Vente Inés, acompáñame a traer leña para el horno de adobe, que mañana temprano hacemos  el pan de trigo–dijo la abuela-

—¿Qué “este” en la mañana no trajo la leña? –dijo la tía señalándome-

—¡Éitale, este tiene su nombre! –contesté-

— Que vengas Inés –ordenó la abuela y comenzó a caminar-

Cuando la Abuela hablaba poco, era cuando más sentía uno que el estómago le revoloteaban no mariposas, sino guajolotes o murciélagos.

—¿Y tú? –me dijo la Abuela haciendo una pausa

—¿Yo que hice abuela?

— No, sino hiciste, vas a hacer, trae la carretilla para la leña y nos sigues.

Y como decía mi apá: “te defiendes más callado”, así que suspiré y caminé a corral y me fui tras ellas con la carretilla.

Una vez que llegamos al lado del granero, la tía comenzó a dar vueltas sobre su eje viendo al suelo.

¿Y l — a leña?, ¿Dónde están los pedazos de leña?

— Pos los vamos a hacer –contestó la abuela-

—¿Qué no estaba ya cortada la leña? –preguntó la tía-

— La de ayer si, la de hoy no, ándele, agarre un hacha y a darle

—¡Pero me van a salir ampollas amá!

La abuela simplemente se le quedó viendo, la tía Inés acomodó el primer tronco, tomó el hacha del mango y dio el primer golpe.

— Está muy grande, quiero los pedazos más chicos –ordenó la abuela-

La tía Inés tomó uno de los trozos, lo volvió a poner y vino otro hachazo, otro, otro, luego un leño más, más hachazos, y otro y así.

Entonces comencé a ver como a la tía le corrían lágrimas por las mejillas, sus ojos estaban inundados, parecía que tenía regaderas en cada uno de ellos, un par de minutos después, la Abuela habló.

— Ya con esos Inés, es suficiente –dijo la abuela en un tono más conciliador pero firme-

La tía Inés soltó el llanto, el hacha también y con las dos manos en el rostro cayó de rodillas mientras lloraba sin parar.

Yo no supe que hacer y me puse a recoger la poca leña que había salido de esta corta jornada, no encontré más y busqué a la vuela, ella solo con la mirada me dijo que me fuera, yo tomé la ligera carretilla y me fui a la casa, no sin antes voltear hacia atrás y ver como la abuela estaba sentada en la banca de madera, mientras su hija lloraba en el suelo con la cabeza en las piernas de su madre, así como si fuera una niña.

No supe que sucedió o que tenía la tía Inés, tampoco que le había dicho la abuela, de lo único que me di cuenta, es que esta tarde cuando regresaron, la tía era otra, tenía un mirar distinto y su rostro era el de la Inés de siempre.

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Y sin preguntarle me respondió.

A la mañana siguiente, me levanté muy temprano a ayudarle a meter la leña al horno de adobe para el pan de trigo y las empanadas de camote.

— Abuela, ¿ya pongo la leña o me espero?

— Ve metiéndole poquito, todavía no le metas todo, nomás que vaya agarrando calorcito

— Está bien abuela –contesté listo para irme-

— Oye –me detuvo con la voz- no se te ocurra prenderlo con petróleo, ya sabes que a mí me gusta que lo prendas con ramitas nada más ¿estamos?

— Pos así lo prendo, ni que fuera el tío Teodoro, él lo prende hasta con sotol –dije al tiempo que salía a cumplir con mi deber.

Y es que no es por nada, pero prender el horno nomás con ramitas secas y luego que agarre echarle pura leña de mezquite es otra cosa, lo que se meta en el horno, agarra unos sabores de rancho que para que les cuento.

Me gustaba mucho ver como las llamas bailaban dentro del horno, a veces me parecía ver formas, cosas y me hipnotizaban.

— Ahora sí, ponle con ganas la leña –me dijo la Abuela-

—¡Abuela!, me asustaste –contesté sobresaltado-

— Pos así tendrás la conciencia –me dijo riendo-

La abuela acomodó la charola con el pan crudo en la mesa de ladrillo que estaba al lado del horno.

—¿Qué pasa si le dejas de echar leña al horno? –me preguntó-

— Pos se apaga abuela y ya no se calienta

— Igual nosotros mijo

— No entendí abuela –dije confundido-

— Este horno no tiene decisión, pero nosotros sí, este horno no decide hasta cuando se le deja de echar leña, pero nosotros si decidimos hasta cuando nos echamos leña nosotros mismos.

— Si nosotros somos como un horno… la leña ¿qué sería abuela?

— Lo que tú quieras, lo que te comas.

—¿Lo que me coma?

— Si, lo que te comas, o lo que te moleste que es lo mismo, lo que no puedas ver, las malas caras, las ofensas, todo, todo lo que te tragues y te prenda el coraje, el odio eso, eso mi niño es la leña y tú eres el horno, si la gente se diera cuenta que uno mismo es quien se hace daño, que uno mismo es quien se enoja por lo que quiere, que uno mismo se echa la leña y atiza el fuego interior, otro gallo nos cantara.

—¿Así serían más felices abuela?

— Ellos y nosotros mijo, todo el mundo sería mejor.

A veces quisiera tener la sabiduría de la abuela Licha, que sabía de qué enojarse y de que no, de saber cuál es mi batalla y cual no, de aprender que hay cosas que no me debo tragar, es decir, la sabiduría para ser un poquito más feliz.

 

¡Hasta el próximo  Sábado!

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