Cartas de mi bisabuelo para el amor de su vida

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El Regalo

Después de que mi bisabuelo murió, las cosas fueron repartidas entre los hijos, una de las cosas que le tocaron a la abuela Licha, o mejor dicho, eligió para quedarse, fueron el viejo ropero (con sus adentros) y el metate con el molcajete que aún conservaba el abuelo de su esposa.

— Abuela, ¿por qué elegiste eso y lo demás se llevaron más cosas y hasta más grandes –le pregunté.

— Mi madre me educó en medio de la cocina, ahí recibí sus mejores consejos de la vida, y este molcajete y el metate eran parte de ella, los quería tanto y estaba orgulloso de ellos, un día me dijo: “estos dos compañeros míos, son tan buenos que estarán cuando yo me haya ido”.

—¿Y el ropero? –cuestioné.

— Ahí tu bisabuelo guardaba sus grandes tesoros.

—¿Tenía dinero abuela?

— No mi niño, algo más grande y valioso, ahí tu abuelo se guardaba a él mismo, sus cosas, sus recuerdos.

En ese momento poco entendí a la Abuela y ella no estaba como para explicarme más por la situación por la que atravesaba.

A mi bisabuelo yo le decía “Papá Manuel” y cuando murió, el ya no sabía a ciencia cierta quien era, pero nosotros sí, la Abuela Licha decía que esa enfermedad era un regalo de Dios para que el abuelo el día que le tocara partir, lo pudiera hacer sin apegos, sin sufrir por abandonar, que era un regalo para la gente buena.

…Y enséñame tu ropero

Mucho tiempo después en una plática, Salió a relucir el contenido del ropero que había sido de mi Papá Manuel, estaba haciendo fresco y la abuela se tomaba su café de olla y yo un atole de guayaba; luego, la abuela se levantó sin decir nada, fue a su habitación y regresó.

— Véngase mijo, tráigase el atole y mi café, vamos al solecito que adentro está más frío que afuera.

Tomé los jarros con las bebidas calientes e hice lo que me dijo la Abuela, cuando salí, ella estaba sentada en su mecedora con una pequeña caja de madera en las piernas.

— Listo, aquí está tu café abuela.

— Acá, póngamelo aquí en los ladrillos.

Puse el café una pila de ladrillos que hizo la hizo de mesa en muchas ocasiones.

— Ven, acércate para acá –me dijo.

Tomé el banquito de madera y me puse a su lado, eso sí, sin soltar mi atole que aparte de calentar mis manos me calentaba por dentro.

La cajita era de color negro y tenía pintadas flores, eran rosas roas y blancas si mal no recuerdo, cuando la abuela abrió la cajita, un olor a madera y papel salió de ella y se impregnó en mi corazón, tanto que cuando cierro los ojos y lo recuerdo, aún puedo oler lo mismo.

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—¿Qué es eso abuela?… ¿son cartas?

— Más que eso mijo, son pedazos de corazón, de alma, de vida.

—¿Las cartas son de mi Papá Manuel? –pregunté emocionado.

— Y ni te imaginas a quien están dedicadas.

—¿A sus novias?

— A su novia, a la única, al amor de su vida.

—¿A mi Mamá Lola?

— Si mijo, las cartas de mi padre a mi madre, las cartas de amor como de esos que ya no se ven tan seguido.

La abuela le dio un trago a su café, luego se acomodó los lentes, sacó delicadamente una de las cartas, carraspeó y comenzó a leer mientras yo le daba un sorbito a mi bebida digna de los dioses y esto es algo de lo que recuerdo.

Epístolas de Manuel a Dolores.

Señorita Dolores, me tomo el atrevimiento de enviarle esta carta con un emisario con el propósito de que me siga permitiendo escribirle, si usted se digna a contestarme, yo seguiré escribiendo, pero de no hacerlo, yo entenderé que no quiere saber nada de mí y respetaré su decisión.

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Señorita Dolores, fueron eternos los días que pasaron y que no tuve noticias suyas, fueron los treinta días más largos y penosos de mi vida, le agradezco se haya dignado a contestar mi carta que si usted me lo permite, enviaré una por semana mientras usted me siga contestando, su muy seguro y atento servidor.

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Señorita Dolores, ya son diez las semanas que tenemos contacto por este medio, y no quisiera pasarme de atrevido, pero me gustaría que me permitiera el honor de caminar cerca de usted el domingo que va a misa, le prometo a usted que estaré a una distancia prudente, una vez que termine la misa, estaré en el último escalón de la salida para poder verla, esto solo si usted me lo permite.

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Señorita Dolores, este fue el día más feliz de mi vida, nunca pensé que voltearía a ver y menos que me saludaría con su abanico, hoy podría morir sin esperar nada más, me ha hecho tan feliz, espero que me permita acompañarla de vuelta a misa el domingo que usted me indique. ¿La podría llamar lolita?

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Señorita Lolita, ya son seis meses de misivas y encuentros a distancia y por el respeto que me inspira, quiero pedir permiso de salir con usted o visitarla por lo que le ruego una cita con su honorable padre y su madre que yo tendré a bien llevar mi padrino que me acompañe, espero no ser muy osado con esta petición pero creo que ha llegado el momento de formalizar mis intenciones para con usted.

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Lolita, mi Lolita, ¿Quién iba a pensar de que dos meses después de que hablé con su padre y señora madre, nos iban a permitir ir a la feria juntos?, esta tarde fue como un sueño, ir cerca de usted, a su lado, ver el brillo de sus ojos, sé que no se puede platicar de mucho con nuestros acompañantes, pero que importa si la tengo cerca y sus ojos hablan a cada momento, ya espero que pase una semana para volverla a ver.

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—¿Toda una semana para verse de nuevo abuela?, eso es mucho tiempo

—Así era antes mijo, el amor, el cariño era a fuego lento, no había prisas.

Así la abuela leyó varias cartas más, y en todas se podía ver el enorme respeto y adoración que le tenía mi bisabuelo a mi bisabuela, luego la Abuela Licha tomó una carta de más abajo y vi como sus ojos se le llenaban de lágrimas.

—Esta es de las últimas cartas que le escribió mi papá a mi mamá – dijo la abuela-

Yo puse mucha atención y conforme la abuela leía, mis ojos también se mojaron.

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Mi Lolita, mi viejita chula, no hay día que no te sueñe, no hay día que no te necesite y te necesito más que a mi propia vida, la gente me dice que el tiempo cura las heridas y me hará olvidar el que te hayas ido, pero yo nomás los escucho, que los pobres no saben que cuando a un corazón se le muere la mitad, ya nunca vuelve a latir igual.

Amo la vida, amo a mis hijos, pero te amo más a ti mi chata hermosa y ya no veo el momento de que volvamos a estar juntos, porque desde que te vi la primera vez, supe que eras para mí y yo para ti.

Ande mi viejita hermosa, jáleme pa con usted, dígale al patrón allá arriba que esta vida ya no es lo mismo sin usted, ¿o que, no me necesita como yo a usted?

Su Manuel.

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La abuela no pudo leer más y rompió en llanto, ahí me di cuenta de que efectivamente esos eran los verdaderos tesoros que el mi Papa Manuel, mi bisabuelo se guardaba a él mismo, sus cosas, sus recuerdos.

Pasaron unos minutos después, suspiré y le pregunté a la abuela

— Abuela, y a ti… ¿el abuelo también te escribió cartas?

— Muchas

—¿Las puedo ver abuela? –dije emocionado.

— Cuando sea su tiempo mijo, cuando sea su tiempo.

No sé cuándo será ese tiempo, pero aún estoy esperando que llegue para poder leerlas y espero que sea junto a ella.

 

¡Hasta el próximo Sábado!

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