¿Sí se puede?

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¿Sí se puede?

La psicoanalista Luz Ma. Peniche  Soto ([email protected]) autora de “Entender las emociones” (Grijalbo, 2015), nos hace una importante reflexión en torno  a los límites en la educación de nuestros hijos, y  la problemática que demostramos los mexicanos  en esta  área. No se la pierdan:

Cuando escucho la frase “Sí se puede” vienen a mi mente dos  imágenes.

La primera imagen que tengo es la de la selección de futbol mexicana en un estadio jugando un partido en el mundial. Los fanáticos gritando a coro “¡Sí se puede!” ”¡Sí se puede!” con la fantasía de que el equipo Mexicano ganará el mundial, ya que en el inconsciente del mexicano somos muy buenos para el  futbol, aunque la realidad una y otra vez demuestre lo contrario. Como si el mensaje fuese, sí se puede lograr lo imposible, sí se pueden los milagros, todo es posible.

La otra imagen que viene a mi mente es una ocasión hace unos 20 años, que fui a visitar la zona arqueológica de El Tajín en Veracruz que es reconocida como patrimonio mundial por la UNESCO. Estaba yo maravillada de esta espectacular ciudad y ya iba de salida, lejos de las pirámides, debido a que es una zona grande, una ciudad,  hay ruinas por todo el lugar, en cada una de ellas, aunque no estaban bardeadas, había letreros que indicaban no tocar, no pisar, no maltratar. Estaba yo observando este pedazo de ruina, tratando de adivinar que era, cuando llega una familia numerosa, a ver ese espacio arqueológico. Ellos venían llegando, todos miran asombrados y se cuestionan qué es  eso, lo empiezan  a tocar y en ese momento una de las personas de la familia se da cuenta que hay un letrero que dice no tocar, no subirse y no maltratar, les dice a todos, “No se puede tocar, ni subir, miren el letrero” A lo que uno de ellos responde, “No mira, sí se puede” y comienza a escalar el pedazo de ruina. Mi acompañante y yo nos quedamos atónitos observando sin saber qué hacer.  Varios de los niños, adolescentes y adultos de la familia, en tono de broma diciendo “Mira, sí se puede” tocaban y escalaban la piedra, en actitud desafiante y demostrando que sí se podía. Yo estaba realmente enojada, indignada y con ganas de decirles algo a esta familia, sin embargo, decidí no  hacer nada, ya que no me quería meter en problemas.

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Me quede pensando en este evento y lo que pensé es que evidentemente “Sí se puede”, siempre se puede, pero la pregunta no es si se puede, la pregunta es ¿Se debe?

Pareciera que el Mexicano necesita demostrarse a sí mismo y al mundo que “Sí se puede” pero ¿Sí se puede qué? ¿Habrá un sentimiento de incapacidad debajo de este “Sí se puede”  y que al someterse a las reglas o a las normas el Mexicano se sienta empequeñecido?

Vienen a mi mente  los coches estacionados frente a un letrero de no estacionarse, o aquellos coches estacionados en doble fila, o los que se dan la vuelta en “U”, justo donde hay un letrero de vuelta en “U” prohibida, o aquellos que se estacionan en un lugar para discapacitados. Nuestro México lleno de demostraciones de que “Querer es poder”.

¿Pero qué les pasa a los mexicanos que van al extranjero, y ahí sí religiosamente cumplen señalizaciones y reglas? Mientras aquí en México estamos siempre viendo como doblar la regla o como acomodarla a nuestra conveniencia y cantando victoria cuando “sí se puede, aunque no se deba”.

Dichos populares como “Querer es poder”, “Con dinero baila el perro”, “El que no tranza no avanza” colorean la moral del Mexicano.

El poder, la fuerza y la capacidad no se demuestran violando las reglas y haciendo lo que me venga en gana, ahí lo único que se demuestra es la incivilización del pueblo Mexicano y es por eso que no avanzamos y no nos superamos, porque muy en el inconsciente del mexicano existe la premisa de que tener éxito es ganarle a la ley.

En palabras de Santiago Ramirez, quien fuera un muy conocido psicoanalista Mexicano y narra en su libro “Infancia es destino” (1975) que el mexicano tiene “exceso de madre, ausencia de padre y abundancia de hermanos.” Es decir, una cultura en donde el vínculo fundamental es con la madre,  un padre muy poco comprometido o en ocasiones ausente ya sea psíquica o físicamente y que por tanto no pone límites, que es la función paterna principal. Ni el hombre ni la mujer tiene esa ley introyectada, internalizada y por tanto se perpetua en las siguientes generaciones el tratar de vivir sin ley, de violar y doblar las reglas a nuestra conveniencia.

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No disciplinamos a nuestros niños y adolescentes, nos da miedo su reacción negativa. Sin embargo, los límites y las reglas son indispensables ya que el mundo tiene límites y reglas; nadie puede ir por la vida haciendo lo que le viene en gana todo el tiempo.

La función de la familia y la sociedad justamente es adaptar a los niños, es decir, socializarlos. No poner límites a un niño es una forma de maltrato; es mucho más fácil dejar que haga lo que le venga en gana y despreocuparnos.

Disciplinar es enseñar, no castigar. El objetivo final es el autocontrol y que los niños se pongan sus propios límites, un proceso que tomará varios años.

¿Cuáles son los momentos clave de la disciplina?

Los primeros seis años de vida contienen experiencias únicas para su aprendizaje; después también se puede aprender, aunque será más doloroso y difícil. La adolescencia también es un período crítico para el establecimiento del autocontrol y del respeto de las reglas.

La disciplina es el medio por el cual los padres guiamos el desarrollo moral de nuestros hijos. Es importante que ellos entiendan por qué se tienen que cumplir las normas, es decir, explicarles la razón de éstas. Sin embargo, los niños necesitarán poner a prueba las reglas; si respondemos siempre de la misma manera ante las pruebas de los niños, los ayudaremos a disipar la confusión.

Hacer respetar las normas de manera consistente enseña a los niños que las reglas no cambian y no son negociables. La consistencia devela la importancia y la inalterabilidad de la regla. Y aquí es importante que nosotros cambiemos nuestra forma de pensar, las reglas no son negociables, no fomentemos la cultura del “Sí se puede”. Tenemos que enseñar con el ejemplo.

El objetivo final de la disciplina es enseñarles que pueden controlar sus impulsos, manejar sus emociones, respetar las necesidades, los sentimientos y los derechos de los demás, así como los propios, y que hagan lo que ellos consideran correcto.

Si todos en nuestras familias propiciáramos esto, no necesitaríamos de leyes anticorrupción que de nuevo serán dobladas.

 

 

 

 

 

 

 

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