La vida se trata… ¿de perder?

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Para mi querida familia Ramos (Patricia, Paty, Mariana, Armando, Martín, Antonio, Jorge, Lucía, Mariano, Andrea y Natalia), quienes perdieron a Armando. Y para Armando, quien se perdió de ver a sus nietos crecer, de mejorar su “score” de golf, de ganarnos en el póker, de pasar otro año nuevo juntos… de vivir. Con mucho amor.

En algún lugar de “La hija del caníbal”, novela de la escritora española Rosa Montero, el protagonista Félix Roble explica que la vida se trata de perder:

“Es curiosa la relación que los humanos tenemos con la pérdida: entonces, en la primerísima juventud, la pérdida de mis tres dedos fue vivida en realidad como una ganancia: porque adquiría una cicatriz, una herida gloriosa y, sobre todo, un pasado que atesorar y que contar”… Más adelante, dice, “fui aprendiendo de verdad lo que es la pérdida. Cómo no aprenderlo, si vivir es perder, precisamente. Desde entonces, desde mis doce años, lo he ido perdiendo todo. La vista, el oído, la agilidad, la memoria. También perdí la guerra; y a Margarita, mi querida compañera de la madurez. A Manitas de Plata, que fue mi ruina y mi locura; y a mi hermano. No quiero seguir hablando. Las pérdidas, después, llegan a ser imposibles de nombrar. Insoportables. De niño uno cree que la vida es una acumulación de cosas, que con los años vas conquistando y ganando y coleccionando y atesorando, cuando en realidad vivir es irte despojando inexorablemente.”

Y sí. Debemos asumir que la vida implica perder, y más vale asumirlo de antemano.

The art of losing isn´t hard to master

(El arte de perder no es difícil de dominar)

Yo he perdido mucho y poco, a según como uno lo vea. Perdí la casa en la que crecí en la Zona Rosa, donde viví 24 años y de chica molestaba a la poetisa Pita Amor mientras ella sucumbía ante sus delirios, buscando en círculos una moneda de veinte centavos en medio de la calle (metáfora de todas nuestras búsquedas infértiles).

Perdí mi departamento a orillas del mediterráneo, con sus atardeceres rojos y sus pueblos blancos colgados de barrancos, donde de niña pescaba “a dedo” con mi perro Bobby sentado a mi lado.

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Perdí a mi padre, mucho antes de que él muriera y antes de que él lo supiera, cuando dejó de ser ese hombre energético y creativo para ser un “ser en transición” (to put it nicely). Luego murió, y a los pocos meses se fue con él mi perra Maika. Ambas cenizas descansan a los pies de un Eucalipto que sembré de chiquita y que ahora es enorme.

Pero he perdido más. Los animales amados que rodearon mi infancia y me hicieron sentir Dr. Doolittle (perros, gatos, peces, víboras, aves, roedores, gallos, gallinas, renacuajos, ranas, tortugas, cangrejos, tarántulas y una cabra… y todos ¡con nombre y apellido!); También amistades y amores que fui dejando (o me fueron dejando) en los puertos y esquinas de mi derrotero… Perdí la sensación de tener “el mundo a mis pies pa´ lo que se me ofrezca” como lo tuve en la juventud, antes de cruzar “la línea de la sombra” (como escribe Joseph Conrad), línea que divide ese espacio de la vida en la que las oportunidades se comienzan a restringir por los pasos que uno ya ha elegido dar.

Este año me perdí a mí, como quien se pierde en el bosque, como quien se pierde en aquel espacio que existe entre el sueño y el despertar; un ratito al menos, pero sí me perdí. Y por un momento pensé que había perdido a mis amigos porque les había ocultado algunas cosas de mi vida, de aquello que me hizo “perderme”. Ora sí que “les edité mi historia” y ellos hicieron como si me creyeran. Cuando decidí que me tenía que recuperar y reencontrar, los busqué y les pedí que me “orientaran”. Ahí estuvo cada uno de ellos, listo para prestarme todas las herramientas que yo necesitaba para volverme a encontrar. Fueron mis brújulas, mis navegantes, mis “advanced divers”. Y sí, así fue más fácil y rápido retomar el rumbo.

Sí se trata de perder, pero en el camino vamos ganando mucho (experiencia, vivencias, cariños, expertice, madurez… montones de cosas que sobra enumerar) y la balanza se va equilibrando, en la mayoría de los casos. Decía Ernesto Sabato que la vida se trata de construir futuros recuerdos. Cínicamente pienso que cuando tengamos Alzheimer serán estos recuerdos los que literalmente volvamos a re vivir, cual circuito reverberante, así que ojalá sean buenos (cada quien sus cuitas).

One Art

The art of losing isn’t hard to master;
so many things seem filled with the intent
to be lost that their loss is no disaster,

Lose something every day. Accept the fluster
of lost door keys, the hour badly spent.
The art of losing isn’t hard to master.

Then practice losing farther, losing faster:
places, and names, and where it was you meant
to travel. None of these will bring disaster.

I lost my mother’s watch. And look! my last, or
next-to-last, of three loved houses went.
The art of losing isn’t hard to master.

I lost two cities, lovely ones. And, vaster,
some realms I owned, two rivers, a continent.
I miss them, but it wasn’t a disaster.

– Even losing you (the joking voice, a gesture
I love) I shan’t have lied. It’s evident
the art of losing’s not too hard to master
though it may look like (Write it!) like a disaster.

Elizabeth Bishop

 

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Mi traducción:

Un Arte

El arte de perder no es difícil de dominar;
Tantas cosas parecen llenas con la intención
De ser perdidas que su pérdida no es un desastre.

Pierde algo cada día. Acepta la confusión
De las llaves perdidas, de la hora desperdiciada.
El arte de perder no es difícil de dominar.

Practica entonces perder más allá, perder más rápido:
Lugares, y nombres, y a donde fue que pretendiste
viajar. Ninguno de ellos traerá un desastre.

Perdí el reloj de mi madre. Y ¡mira! Mi última, o
Penúltima, de tres casas amadas se fueron.
El arte de perder no es difícil de dominar.

Perdí dos ciudades, encantadoras. Y, aún más,
Algunos reinos que poseí, dos ríos, un continente.
Los echo en falta, pero no fue un desastre.

Hasta perderte a ti (la voz en broma, un gesto que
me encanta) No pude mentir. Es evidente que
el arte de perder no es demasiado difícil de dominar
aunque parezca (¡escríbelo!) un desastre.

Elisabeth Bishop

 

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