Al convertirme en mamá ¿voy a ser como mi mamá?

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Me encanta invitar a este espacio a mi colega y amiga Sandra Vargas Viault ([email protected]) porque, al ser ella misma mamá ¡Y psicoanalista! entiende muy bien las necesidades e inquietudes de las mamás jóvenes. Además da unos cursos para mamás buenísimos (al final de este artículo ella les ofrece uno). Veamos que nos trae hoy:

 

No es simple responder a esta pregunta; tal vez ni siquiera exista una respuesta absoluta. Llegar a convertirnos en quienes somos requirió que muchos aspectos, como la genética, el ambiente y la sociedad, etc. se pusieran en juego. Al volvernos madres la relación con nuestra propia mamá se pone de relieve como en ningún otro momento de la vida, y desencadena una serie de aspectos que trazan la forma en la que nos identificaremos en ese nuevo rol.

En esta ocasión me referiré a las conductas de apego y vínculo para explicar parte de lo que sucede en la relación con nuestro bebé, y que tiene que ver con la forma en la que nuestra madre se vinculó con nosotros durante la infancia. Apego y vínculo son dos palabras que en los últimos tiempos se han vuelto de uso cotidiano, sobre todo en lo relativo a temas de crianza. El psicoanalista inglés John Bowlby (El apego y la pérdida 1969) desarrolló su teoría basada en lo anterior, observando la necesidad del bebé de estar con su madre y la respuesta de esta frente a su necesidad. Bowlby concluyó que su reacción era determinante para definir la manera en la que se constituye la personalidad. Para el primer año de vida (o cuando el niño puede ya desplazarse por sí mismo) podemos identificar ya un patrón específico del tipo de apego que un niño ha desarrollado.

La relación con nuestra propia madre moldea la manera en la que, de manera espontánea, nos relacionamos con el nuevo bebé. Es decir, tenemos la fuerte tendencia a repetir los patrones de apego que aprendimos. Éstos prevalecerán en nosotros por el resto de la vida, y son fáciles de identificar al observar cómo respondemos frente a las separaciones, y, aún más claramente, cómo lo hacemos frente a los reencuentros. Pensemos, por ejemplo, que mi pareja sale de viaje: yo, no puedo concentrarme, me angustio y, cuando regresa, lloro desconsolada, pero no quiero que me toque porque estoy muy enojada; o, por el contrario, me siento triste, la extraño, pero la vida sigue y a su regreso la recibo con los brazos abiertos; a lo mejor, en cambio, mi reacción es como: “¿se fue… quién?” Ni me enteré de su partida. Claro que estos ejemplos son extremos, pero ilustran bien cómo está configurado nuestro sistema de apego y seguramente, en alguno de ellos, estamos cada una de nosotras.

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Existe uno modelo de apego seguro y dos de apego inseguro, y se pueden explicar de la siguiente manera:

  • Ansioso y ambivalente. Como bien lo dice su nombre, en este tipo apego el niño se muestra ambivalente: por un lado, da fuertes muestras de querer el contacto y, por el otro, lo rechaza. El resultado es un reencuentro exagerado, intenso y que toma mucho tiempo; la madre tiene que ser muy demostrativa y hacer “de más”, como si el niño utilizara la situación como estrategia para lograr una mayor conducta de apego.
  • Evitativo. Este tipo de apego evita el reencuentro, como si no estuviera sucediendo; parecería que al niño no le importa cuando ve llegar a su mamá, pero en realidad es muy probable que, si se acercara a ella, ésta reaccionaría de forma negativa. El niño ha aprendido su rechazo y su aparente falta de interés es en realidad una manera de mantenerla cerca. Aunque no lo demuestren, estos bebés están muy atentos y tienen muchas muestras de ansiedad interna.
  • Apego seguro. En este modelo el bebé se entristece cuando su madre se va, pero es capaz de reintegrarse a la actividad que estaba haciendo o seguir jugando, y al momento del reencuentro, esta feliz, extiende los brazos o corre hacia ella. La madre carga al niño o bien se agacha a su altura, para abrazarse por un momento. Este acto es un comportamiento de vital importancia; un abrazo con ambos brazos, que presione pecho contra pecho, es una de las conductas más tranquilizadoras que existen para el ser humano. Después de este encuentro (que puede venir acompañado de otro tipo de conductas tanto por parte de la madre como del infante) el niño está preparado ya para separarse de nuevo: a través de este abrazo, aunque solamente haya durado unos segundos, el niño ha sido “re-apegado” o reestablecido.

Para entender la teoría del apego es importante tener en cuenta que la separación entre el bebé y su madre es uno de los aspectos más traumáticos y, a la vez, más comunes en la vida de todos. Evidentemente, no separarnos nunca de nuestro hijo es prácticamente imposible (y, de hecho, poco sano para ambos). Pero la experiencia traumática de la separación depende de la edad del niño y de la forma en la que se den los reencuentros: ¿cómo responde mamá al regresar? A través de la experiencia, el bebé empieza a tener la tranquilidad de que su madre va a volver y no se irá para siempre. Por desgracia, cuando esta seguridad se rompe de manera abrupta debido a separaciones demasiado largas o pérdidas totales, el bebé suele desarrollar patrones de apego poco sanos.

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Las conductas de apego también se intensifican cuando el niño está bajo estrés, en un sitio desconocido, cuando se siente cansado o enfermo, se lastima, o si la separación es demasiado larga. Como nos seguirá sucediendo incluso de adultos ¿quién no piensa “quiero a mi mama” en momentos difíciles de la vida?.

Estos modelos pueden predecir cómo se adaptará nuestro hijo a diferentes situaciones en el futuro, tanto durante sus primeros años como posteriormente, durante la etapa escolar y en la relación con otros niños y maestros. Es muy probable que con la maternidad (sobre todo cuando se es primeriza) se repliquen los patrones de apego que aprendimos en nuestra infancia; la transmisión intergeneracional de patrones de conducta sucede con otros aspectos también.

Así como las características específicas de cada bebé influyen en cómo la madre lo cuida, también la forma en la que somos con nuestros hijos determina sus reacciones frente a nosotras. Esto sin embrago es muy complejo, e intervienen factores tanto genéticos como conductuales heredados de la familia de origen: los valores, los usos y costumbres, las ideas que cada madre tiene a cerca de la maternidad, de las labores domésticas, etc.; pero, sobre todo, cómo responde una madre al llanto de su hijo durante los tres primeros meses de nacido nos da idea de si la madre está logrando o no “leer a su hijo” lo cual es fundamental para la instauración de un apego seguro. Existen investigaciones que demuestran cómo los patrones de apego de cada madre afectan la manera en la que responde a su hijo; por supuesto, esto reafirmado, modificado o ampliado por la experiencia directa con su bebé y las características de éste.

Así que respondiendo a si seremos como nuestras madres, si y no necesariamente. Evidentemente no podemos dejar de ser “hijas de nuestras madres” y de cómo se vincularon con nosotras, pero no necesariamente tenemos que repetir los patrones de maternidad que vivimos si nos los cuestionamos de manera profunda. Entre más estemos en contacto con nuestra historia y entendamos la relación que tuvimos con ella, mayores las posibilidades de no repetirla de manera automática y sin conciencia. Esta posibilidad la tenemos todos los seres humanos, creo que si uno quiere puede cambiar, aunque evidentemente el cambio implica un gran esfuerzo, capacidad de introspección y de auto-observación.

Si te interesa profundizar más a cerca de esto, estaré este próximo 16 de enero hablando sobre “Apego y vínculos” en el Momzilla Fest. También puedes incluirte en los Talleres para mamás que tenemos todos los jueves. Para mayor información escríbeme y con gusto te aclaramos las dudas que tengas.

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