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En el inicio del tiempo 4600 millones de años atrás, en la oscuridad y el silencio, tuvo su origen la formación del agua, se consolidó la atmósfera y la tierra fue fecundada con la molécula universal de la vida, EL DNA, cuyos componentes existían ya en el cosmos y que suponemos fueron traídos para dar origen a todo tipo de expresión viviente en la tierra con la que compartimos códigos genéticos y comportamientos metabólicos.

El milagro mas grande de este proceso se llama hombre, fuimos la culminación de esta creación, paso a paso evolucionamos en más de un millón y medio de años hasta que milagrosamente hace 300 mil en un mágico espacio en el tiempo inexorable, surgió el primer pensamiento que fue entonces recibido en nuestros códigos de adaptación para luego repetirse una y otra vez hasta volverlo perfecto y acompañarlo de una expresión humana incomparable que es la sonrisa y su máxima expresión la inteligencia.

Más agua que carne, dependiendo de su consumo para sobrevivir, elemento precioso para lavar los repetidos intentos de perfección y convirtiéndose en factor insustituible de nuestros futuros procesos de transformación.

Un código genético casi perfecto, macronutrientes como las proteínas, los carbohidratos y las grasas, minerales y vitaminas ingredientes completos para dar paso al desarrollo de un ser humano como una fórmula magistral.

En un tablero perfecto de eventos de 30 mil genes, 3.1 millones de ácidos nucleicos, infinidad de combinaciones AT y GC (adenina timina y guanina citocina), creamos un millón de proteínas, evento en el que radica nuestra posibilidad de sobrevivir a las inclemencias, deprivaciones y adversidades que el tiempo nos ha puesto enfrente.

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Esas largas jornadas deambulando buscando el lugar perfecto, luchando por sobrevivir en un viaje fantástico por la vida, logramos subsistir gracias a la habilidad de nuestros genes de absorber cada cambio en la intención de perfeccionar cada vez mejor la capacidad de enfrentar todos los embates.

El cambio y la adaptación lo genera el medio ambiente, lo que viene de fuera, el frio, los alimentos, el hambre el cansancio en ese ritmo cautivante del andar y andar hasta observar el espacio perfecto o la posibilidad de resguardarse para seguir en la búsqueda de esa promesa de vida que yace en lo profundo del ser humano y que se llama instinto de supervivencia.

Para hacer aún más grande el milagro, la naturaleza nos ha dotado de un periodo de plasticidad donde podemos a gran velocidad adecuarnos al cambio y programar a futuro para nuestra descendencia la seguridad de poder enfrentar de mejor manera cualquier amenaza a nuestra viabilidad.

En este periodo perfecto del embarazo anexamos todos los ajustes de nuestros padres al código genético propio, ajustamos la información sobre el estado nutricional, repasamos las modificaciones al metabolismo, incorporamos polimorfismos y mutaciones que nos permiten enfrentar el medio ambiente y los incluimos en nuestras células reproductivas a gran velocidad para asegurar a la descendencia herramientas perfectas para perseverar en este espacio de dimensiones que percibíamos como ilimitado y que hemos caído en la cuenta que es como el cráneo y el cerebro, versátil, pero en una caja sin tapa, adaptable pero susceptible a las injurias, acotado pero soñador.

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Lo que nos hizo sobrevivir, es lo que ahora nos ha hecho enfermarnos, esa adaptación poderosa de los genes, ahora trata de resistirse al embate ambiental tóxico que hemos creado y que nos cambia día a día, llevándonos a la irremediable circunstancia de la enfermedad.

Metemos la nariz tratando de encontrar las claves para resistir, buscamos defensas y creamos ambientes a través de entornos artificiales y medicamentos para reproducir la cura.

La naturaleza en un ensayo perfecto acuño una y otra vez bellos proyectos a nuestro alrededor, el reino animal y el mundo vegetal, para culminar esculpiéndola perfección del hombre.

La sangre de este planeta se llama agua, su contaminación y destrucción nos lleva de manera irremediable a desaparecer progresivamente, el planeta se constriñe y convulsiona, el alma se le extingue y nosotros con ella en el entramado invisible del nexo de vida que nos une a los animales, a las plantas y a nuestros congéneres.

Con tristeza hemos visto desaparecer a nuestros amigos los animales y sin consideración repetimos el doloroso comportamiento de la equivocación con una soberbia inaudita y ofensiva, destruyendo nuestros bosques, selvas, mantos acuíferos y glaciares, intoxicando la biósfera y ensombreciendo el escenario estelar y el cielo azul.

Paso a la inteligencia que nos permitió estar aquí, cordura parea entender, comprensión para cambiar, decisión para impactar y vida para lograrlo.

Somos agua.

 

Dr. Alejandro Cárdenas Cejudo
Médico internista
Fellow of the American College of Physicians
Representante ISIM en México

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